Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 29 de junio de 2025
No, Rafael, mil veces no; ella tenía conciencia, ya no era la loca de otros tiempos. Pero ¿y yo? suspiraba el joven agarrando de nuevo su brazo con ansiedad infantil usted piensa en sí misma y en todos, olvidándome a mi. ¿Qué voy a hacer yo a solas con mi pasión? Usted olvidará dijo gravemente Leonora. Hoy he visto que es imposible mi estancia aquí. Los dos necesitamos alejarnos.
No; no cabe duda: el bueno del P. Enrique me estima; me tiene en alto concepto, merced a su mucha indulgencia; me quiere como a prójimo predilecto; pero todo lo demás es sueño absurdo; es presumida imaginación mía. Y más vale así». Y al terminar doña Luz con estas palabras, suspiraba para desahogarse, como quien se quita grave peso de encima.
Y Salvador, alzándose de la silla, volvió a cruzar el salón al compás de sus cavilaciones, mientras Rita suspiraba al son de las suyas.... Aprovechó el médico la ocasión de haber sido llamado a la cabecera de Julio para menudear sus visitas a Rucanto, y doña Rebeca le recibía muy amable.
Al día siguiente estaba allí la hamaca de Blanca colgada a la sombra de un quitasol, y Raúl se ofrecía alegremente a embadurnarse la cara de negro como el Nelusco de la Africana, para completar el programa. La verdad, no se atreve ya una a expresar el menor deseo suspiraba la buena señora encantada columpiándose con un gozo de niña mientras el conde la abanicaba gravemente con un marabú.
Había pasado una temporada en París á expensas de varios protectores, lo que imponía un irresistible respeto á los jóvenes centauros de la revolución, ignorantes de toda tierra que no fuese la suya. Además, tocaba el piano y el arpa, suspiraba romanzas mejicanas y fabricaba versos.... Tenía de sobra para traer como locos á todos los generales mozos.
La estancia estaba casi a obscuras; por los grandes balcones no se dejaba pasar más que un rayo de luz; se hablaba poco, se suspiraba y se oía el aleteo de los abanicos. ¡Cuánto mejor hubiese sido que se hubiera vuelto loco! exclamó el marqués de Vegallana, jefe del partido conservador de Vetusta.
No... si... no reza... es decir... oración mental... ¿qué sé yo?... cosas de ella. Hay que dejarla. Y suspiraba otra vez. Sí, había que dejarla. Pero a solas, don Álvaro se mesaba los rubios y finos cabellos ¡quién lo diría! se llamaba animal, bestia, bruto, como si no fuera todo lo mismo, y se decía: ¡Me he portado como un cadete!
Delante de él se abrían en el corazón de Carmen todas las grietas profundas del dolor, porque aquel corazón atormentado pedía paz y calma y suspiraba por descansar en otro corazón blando y generoso; pero cada día una nueva meditación religiosa traía sobre aquellas ansias su mandato austero y rígido, helado como los soplos invernales que gemían en la casona al través de todas las rendijas de los muros y de las puertas.
En los días, no obstante, a que hemos traído nuestra narración, la tristeza de doña Luz se modificó visiblemente. Se hizo más tierna y más expansiva. Doña Luz no se limitaba a recibir a su amiga cuando ésta iba a verla, sino que a menudo la mandaba llamar. Lloraba, suspiraba más, pero estaba menos sombría. A veces cruzaba una dulce sonrisa por entre sus lágrimas, como rayo de sol entre nubes.
Sentía una angustia deliciosa; suspiraba sin apartar el rostro de la almohada para no romper la alegría que la inundaba. Se iba aletargando lentamente. Sus miembros empezaban a dormir, privados de movimiento. Una niebla se esparcía por su mente, borrando y confundiendo las imágenes. Pero su corazón latía siempre con violencia, como si toda la vida se hubiera refugiado en él.
Palabra del Dia
Otros Mirando