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Actualizado: 29 de junio de 2025


En el Casino leía los periódicos de La Costa: conciertos nocturnos al aire libre, giras campestres, regatas, de todo esto hablaban; ¡cuánta gente! ¡cuánta música! ¡teatro, circo! barcos, grandes vapores ingleses... y el mar... el mar inmenso.... ¡Aquello era divertirse! Don Víctor suspiraba y se volvía a casa. «No estaba la señora». Pero estaba Kempis. Allí, abierto, sobre la mesilla de noche.

¡Ay! suspiraba el pobre notario, que había alimentado mucho tiempo otra esperanza, mi ahijado no sospecha el perjuicio que me ha hecho. Pero, lejos de guardarle rencor, el excelente hombre le daba el cariño que su madre adoptiva no quería.

Y mientras llega la carta y la recibe, si es que la recibe, ¿qué piensas hacer? ¿Ir al caserío? No, al caserío, no. Mi padre y mis hermanos me pegarán. Entonces, ¿quieres que yo se lo diga a la señora para ver qué decide? No, no. ¡Ay, ené! Pues, ¿qué vas a hacer? ¿Adonde vas a ir? -No . La Shele miraba el suelo y suspiraba. Las lágrimas corrían por sus mejillas.

Temía haber dejado algo por hacer. Y seguía apresuradamente su camino. Cuando llegó la noche, Pomerantzev trató en vano de conciliar el sueño: daba vueltas, suspiraba; pensaba en mil cosas, pero no lograba dormirse. Entonces se volvió a vestir y se fue a ver al muerto. El largo corredor no estaba alumbrado sino por una lamparilla, y apenas se veía en él.

Martín y Bautista le preguntaron varias veces qué le pasaba para estar tan triste, si es que le dolían las muelas, si tenía las digestiones lentas, disgustos de familia o algún desorden en la vejiga; a todas estas preguntas contestaba Cacochipi, alias Cracasch, diciendo que no le pasaba nada, pero suspiraba como si le ocurrieran todas esas calamidades al mismo tiempo.

Es el don de lágrimas, de que habla Santa Teresa, señora, respondía el arqueólogo; y suspiraba como echando la llave al cajón de los secretos sentimentales. El Marqués hacía lo que los gatos en enero. Desaparecía por temporadas de Vetusta. Decía que iba a preparar las elecciones.

Cuando él decía la hora justa, ella suspiraba y el corazón se la oprimía más, todavía más; pasó a la sala, abrió la ventana, y a pesar del frío, se estuvo asomada, espiando el paso de los transeuntes. Ahí viene alguien, ¿será él? parece que se detiene... no, sigue; ahí viene otro, pero pisa más fuerte que él...

El viejo revolucionario se levantaba para hacer una corta rectificación, repitiendo las mismas afirmaciones de antes que no habían sido contestadas. Me he cansado mucho suspiraba Rafael contestando a las felicitaciones. Salga usted si quiere dijo el ministro. Yo pienso contestar la rectificación. Es un deber de cortesía con un diputado tan antiguo.

Apoyaba su pecho en el de Fernando, ponía la cabeza en su hombro, indiferente a que alguien pudiese sorprenderlos, creyéndose sola con él en medio del Océano. Suspiraba lacrimosamente, como si la noche que venía pudiese traerle la desgracia... Ojeda se impacientó. Muy hermosa la puesta del sol, pero él no podía comprender tanta sensibilidad.

Y él caía y caía, durante años, durante siglos, hasta sentir en su espalda la blandura de la cama... Abría entonces los ojos. Margalida estaba allí, contemplándolo con expresión de terror a la luz del candil. Debían ser las altas horas de la noche. La pobre muchacha suspiraba de miedo mientras le cogía los brazos con sus manecitas temblorosas. ¡Don ChaumeAy, don Chaume!...

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