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Actualizado: 29 de mayo de 2025


¡Yo ya le decía! suspiraba el Juez de Paz, como si alguna vez hubiese dado un consejo á Basilio; yo ya le decía... ¡Era de prever! añadía hermana Penchang: entraba en la iglesia y cuando veía algo sucia el agua bendita, ¡no se santiguaba!

Isidora, no obstante, comió con mediano apetito, y Miquis no hallaba en ella síntomas claros de enfermedad. Don José suspiraba a cada instante; iba y venía sin cesar de una parte a otra de la casa con gran desasosiego. Por la tarde, cuando Miquis, después de su tercera visita, se retiraba, D. José cuchicheó con él en la escalera.

El espectro de su maldad no había hecho antes más que presentarse como en broma, y érale a ella muy fácil espantarlo; pero ya no acontecía lo mismo. El espectro venía y se sentaba con ella y con ella se levantaba; cuando se ponía a guardar ropa, la ayudaba; al suspirar, suspiraba; los ojos de ella eran los de él, y, en fin, la persona de ambos parecía una misma persona.

Después, cuando ha sabido la clase de vida que hace Pablo en la montaña, suspiraba, y a veces lloraba, hasta que por fin mi hermana se ha resuelto ahora a preguntarle con franqueza lo que tiene y si quiere a ese mancebo.

Además, era una alegría; un buen día de sol; ráfagas de aire fresco embalsamado; el alma virtuosa se convertía en una pajarera donde gorjeaban alegres los dones del Espíritu Santo animando el corazón en las tristezas de la vida. Aquella melancolía de que ella se quejaba, era nostalgia de la virtud a que llegaría, y por la que suspiraba su espíritu como por su patria.

¡Con cuánto gusto lo vería! suspiraba. Dudar del consentimiento de la condesa era para ella una locura. Si hacía esperar su petición, era que quería venir en persona... Estoy segura de que está en camino; lo adivino, lo siento... ...La puerta se abrió... Y la anciana volvió la cabeza estremeciéndose... Pero no era más que el tío Marcial, que venía a hacer amablemente el servicio de la oficina.

La señora de Latour-Mesnil vio que eran las tres; una sonrisa nerviosa crispaba los labios de Juana. Tomose del brazo de su madre y se paseó sin pronunciar una palabra. Suspiraba profundamente de tiempo en tiempo.

Al ganarse la votación, suspiraba satisfecho como quien acaba de salvar al gobierno y al país. Muchas veces, lo que quedaba en él de sincero y franco, un resto del carácter de la juventud, le sorprendía, levantando una duda cruel en su pensamiento. ¿No estaban allí representando una comedia engorrosa y sin brillo? Realmente, ¿le importaba al país cuanto hacían y decían?

Por él suspiraba en Londres, y en Nueva York, y en los puertos más concurridos y llenos de maravillas.

En la comparsa de las señoras había una chica poseedora de bien timbrada voz y de muchísimo donaire para las coplas propias de la ciudad, tan distintas de las rurales, que al paso que en éstas las vocales se alargan como un gemido, en las otras se pronuncian brevemente, produciendo al final de algunos versos una inflexión burlesca: En el medio de la mar Suspiraba una ballenaú Y entre suspiros deciaú Muchachas de Cartagenaú.

Palabra del Dia

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