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Actualizado: 29 de junio de 2025
Neris, con una coquetería de anciano, desplegó todas las seducciones de un espíritu todavía joven y siempre amable evocando los lejanos recuerdos del tiempo en que, joven, bella y amada, la de Raynal se le había aparecido radiante del brazo de su esposo bajo aquel hermoso cielo de África... ¡Casi el cielo natal! suspiraba con una sonrisa melancólica en los labios!
Verdaderamente, esto es un poco severo, tío; mi madre te condena a una existencia de cartujo decía riendo el diplomático en disponibilidad. El tío suspiraba, en realidad, a no dedicarse a las pastoras, de lo que le acusaba a veces su hermana, el excalavera no podía hacer de las suyas.
El Conde, sin embargo, se empeñaba en que esto se había de creer, o más bien algo más extraordinario aún. Ni el suspiro en balde quería él que se creyese. El Conde no suspiraba, porque no se suspira por lo inasequible; no anhelaba, porque no se anhela lo que no se puede alcanzar, y no deseaba, porque el deseo presupone esperanza, por remota y leve que sea.
El día, agonizante, suspiraba quizá por la luz pura que, al sonreirme amante, derramaba en mi pecho palpitante de tu mirada intensa la ternura... ¡Perdóname, bien mío! Todo, menos tu faz y mi alegría, tornábase sombrío: calló la alondra, adormecióse el río, bajó al abismo el sol, expiró el día...
Pero don Álvaro suspiraba y volvía los ojos a la Regenta.... Por lo demás, él seguía considerando que ante todo era un hombre político. Lo de ir a Madrid lo dejaba para más adelante. Ahora hacía diputados desde Vetusta y se quedaba allí; pero en cuanto tuviera más blanda a la señora del ministro, él volaría, él volaría... seguro de no dar un batacazo. Estos eran sus planes.
Se cree que el rey lo puso allí para honrarle en muerte. Había una vez un hombre que cortaba piedras de una roca. Su trabajo era largo y penoso, y muy mezquino en su salario, por lo que suspiraba tristemente. Un día, cansado de su ruda tarea, exclamó: ¡Oh! ¿Por qué no seré yo bastante rico para pasar la 5 vida tumbado sobre un blando lecho, provisto de cortinas que me libren de los mosquitos?
A las nueve muy largas, cuando cerca de cinco mil barquillos reposaban en el tubo, todavía el padre y la hija no habían cruzado palabra. Montones de brasa y ceniza rodeaban la hoguera, renovada dos o tres veces. La niña suspiraba de calor, el viejo sacudía frecuentemente la mano derecha, medio asada ya. Por fin, la muchacha profirió: Tengo hambre.
Godfrey Cass suspiraba por esa víspera del día de Año Nuevo con la impaciencia loca e irreflexiva que lo volvía medio sordo a las importunidades de su compañera, la ansiedad. ¡Oh! no volverá quizá a casa antes de la víspera de Año Nuevo respondía Godfrey . Entonces estaré sentado al lado de Nancy, bailaré con ella y he de obtener, quiéralo ella o no, alguna dulce mirada.
Mina le escuchaba con ojos de adoración y una pálida sonrisa de miedosa incredulidad. «No... cabina, no.» Por no seguir el curso de sus peticiones trémulas de deseo, le interrumpía solicitando que le indicase en español la equivalencia de ciertas palabras. Ansiaba hablar la lengua de él. No, querido suspiraba respondiendo a sus súplicas . No, mi novio... Cabina, no... Boca... boca nada más.
Complacióme el recuerdo de mejores años, de venturosos días; suspiraba yo por la tranquilidad del colegio en que pasé dos lustros, y me parecía que las alegres memorias de la infancia alejaban de mí pesares y dolores. ¡Angelina! ¿Dónde estaba Angelina? ¡Cómo lloraría por la enferma! ¡Gabriela! ¡Qué dulcemente consolaría a su amigo!
Palabra del Dia
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