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Actualizado: 26 de julio de 2025


El padre rondaba por el recibimiento ante el casco que se exhibía en el perchero con un fulgor modesto y glorioso. Apenas Julio lo colocaba en su cabeza, surgía su progenitor, con sombrero y bastón, dispuesto á salir igualmente. ¿Me permites que te acompañe?... ¿No te molesto?

Estaba en la sala del Renacimiento, pero toda su atención fué atraída por la pieza inmediata, la rotonda central del Casino, el llamado salón de Schmit, al que convergen los otros salones y que parece prolongarse por debajo de las portadas divisorias hasta el fondo del edificio. Un silencio rumoroso surgía de las aglomeraciones humanas en torno de las mesas verdes.

Del centro del estanque surgía una isla, que se levantaba siete pies sobre la superficie del agua, con corales, moluscos y otras producciones marinas, y con diversas cascadas que caían de ellas en el estanque. En la isla había una montaña elevada llena de árboles.

Y yo sentía mi alma rehecha, un alma de veinte años, de muchacha entusiasta y candorosa... Mi primer impulso era bajar para unirme á ti, yéndonos por las orillas del golfo, como dos enamorados de novela... Luego surgía la reflexión. Mi pasado se desplomaba en mi memoria como una campana vieja que se desprende de una torre.

Pero la inutilidad del sacrificio surgía en su pensamiento. ¿De qué podía servir?... Parecía robusto, se mantenía fuerte para su edad, pero estaba más allá de los sesenta años, y sólo los jóvenes pueden ser buenos soldados. Batirse lo hace cualquiera. El tenía ánimos sobrados para tomar un fusil. Pero el combate no es mas que un accidente de la lucha.

Y cuando se abrían las navajas y se enarbolaban taburetes, en noche de domingo, Copa, sin hablar palabra ni perder la calma, surgía entre los combatientes, agarraba del brazo á los más bravos, los llevaba en vilo hasta la carretera, y atrancando la puerta por dentro, empezaba á contar tranquilamente el dinero del cajón antes de acostarse, mientras afuera sonaban los golpes y los lamentos de la riña reanudada.

Surgía de su cabellera negra peinada a la diabla, con gracioso descuido; de su cuerpo esbelto, del revoloteo de sus faldas. Era una esencia sobrenatural que seguramente no podía comprarse en perfumería alguna, que tal vez era un engaño de la imaginación, pero se le subía a la cabeza como el más fuerte de los vinos. Ninguna mujer, al pasar junto a Maltrana, olía así.

Además, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus favoritos hablar mal del difunto. Pero si en la conversación surgía el nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llevándose la mano a la gorra para saludar, como si el príncipe de la Iglesia pudiese verlos desde el inmediato palacio. Gabriel, oyendo a sus compañeros del claustro alto, recordaba el juicio funeral de los egipcios.

Aquel Julio Lagos surgía para ella cubierto por la misma atmósfera de pasión que imaginaba sobre todas las cosas relativas a la familia de Aliaga. Además, en los ojos de Julio había visto, estaba segura, brillar el amor. En realidad, no se explicaba a misma por qué había dejado pasar un año sin volver a la casa, cuando tantos motivos de interés la atraían.

Eran a modo de clara de huevo. ¡Ay de la que no las soltaba en aquel registro, que tenía la solemnidad de una ceremonia religiosa! Cuando el pañuelo surgía sin ellas o con manchas de sangre, un griterío de muerte estallaba contra la impura. Era la demostración de su falta de virginidad.

Palabra del Dia

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