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El tío Traga-santos se subió á su ermita y se puso á orar al Santo, incurriendo en la tontería de no pedirle misericordia por lo malo del manifiesto, porque suponía que habiendo sido el Santo un sencillo y rústico labrador, no entendía de esas cosas.

Y él sonreía con más socarronería que nunca. «Buen chasco se había llevado la señora; si ella supiera...» pensaba él fumando su pipa. Pero es claro que jamás dijo a doña Paula el secreto de aquella noche en que hubo sorpresas muy diferentes de las que suponía la señora.

Don Braulio, por último, si se juzgaba víctima, no culpaba a la sociedad en su conjunto, ni a ningún individuo singularmente, sino suponía que todo emanaba, por manera fatal e inevitable, de la misma naturaleza de las cosas.

Y, sin embargo, era evidente que buscaba las ocasiones en que estuviese sola. A ninguna mujer se le hubiera escapado esta táctica, pero mucho menos a Elena que era traviesa y picaresca y se gozaba en verle apurado. La timidez de un hombre tan maduro halagó mucho su vanidad y la riqueza que se le suponía también. Principió a coquetear con él de lo lindo.

Tenia el don de lenguas no ménos que el Sirio; y no oyendo hablar á nuestros átomos, suponia que no hablaban: y luego ¿cómo habian de tener los órganos de la voz unos entes tan imperceptibles, ni qué se habian de decir? Para hablar es indispensable pensar; y si pensaban, tenian algo que equivalia al alma: y atribuir una cosa equivalente al alma á especie tan ruin, se le hacia mucho disparate.

Amaury no hizo el menor movimiento; sólo Alberto dejó caer el cigarro y corrió a buscar su sombrero. Extrañado Amaury e inquieto por la dirección que, según suponía, había tomado la bala, preguntó a su amigo: ¿Qué ocurre? Nada contestó Alberto dando vueltas a su sombrero entre los dedos e introduciendo el pulgar en un agujero que acababa de descubrir en el fieltro.

Y en los oídos del joven agolpáronse en tropel las vergonzosas confidencias, hechas en voz baja, temblorosa, no por el remordimiento, sino por la humillación que suponía confesar la situación de la casa, aun a su propio hijo. Las fincas todas hipotecadas, y si las vendía, no llegaría su importe a la mitad de las deudas.

La Condesa de Alhedín tuvo con su hijo una larga conversación: le habló de la boda propuesta como de una gran dicha para su casa; como de un fausto suceso que merecería toda su aprobación, y trató de apartarle de los enredos galantes que le suponía, pintándole las delicias del hogar doméstico y repitiendo lo que otras veces había manifestado, de que ya era tiempo de que tuviese una familia, adquiriese otra gravedad y respetabilidad y emplease su vida y las altas prendas que Dios le había dado en asuntos serios, que redundasen en pro y mayor lustre de su nombre y en bien de su patria.

Tomasito, al que se suponía en necesidad permanente de reposo, no debía ser estorbado por ruidos molestosos, así es que la gritería y los aullidos tan connaturales a los habitantes del campamento, no fueron permitidos al alcance del oído de la casa de Edmundo.

Sally trata del suceso en el capítulo XCI de sus Memorias ó Royales Oeconomies, y de lo mucho que daban que hablar las circunstancias. El vulgo suponía que el diablo se había llevado á esta señora, aventajada discípula suya en las artes mágicas. Dejó dos hijas: los ángeles con tan pocos pimpollos de la carta.