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Actualizado: 17 de junio de 2025


Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían; y, levantándose en pie, en voz alta, dijo: -No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

Yo que la habéis recogido; yo que está en un convento; yo que su boda con el conde de Rumblar está concertada; yo que para realizarla se han tenido en cuenta poderosos intereses de ambas familias, que la hacen imprescindible; yo que para llevar a efecto la legitimación se ha consumado una superchería poco digna de personas como...»

Elena se mostró indignadísima ante aquella superchería y para castigarla le dio unos cuantos pellizcos y le tiró del bigote con refinada crueldad. Pero entonces, ¿por qué comenzaba a apoyar la cabeza en su pecho? ¿Por qué no se mantenía derecha? Porque hablo mejor así, antipático. ¿No comprendes que tengo la boca más cerca de tu oído? Sin embargo cada vez hablaba menos.

La superchería no podía ser más grosera, y sin embargo engañó con ella a varias personas. Descubierta la impostura y amenazado con el tormento, hubo de declararlo todo. Su farsa se consideró como crimen de Estado, y por circunstancias atenuantes salió condenado a diez años de presidio, enviándose para España, bajo partida de registro, a su cómplice el religioso».

Yo vi los marinos próximos ya, muy próximos a nuestros cañones; sentí gritos de júbilo y de victoria pronunciados en española lengua, y, aunque todo esto me conmovía mucho, la carta no concluida me quemaba la mano. Decid que yo era un estúpido egoísta; pero, señores, ¿y la carta, y aquel casamiento imprescindible, y aquella superchería misteriosa?... ¿Se ganaba la batalla?

Maltrana acabó por cansarse de esta tertulia. Además, los genios le mostraban cierta ojeriza por las bromas de mala ley que se permitía su cultura, inventando libros y autores y declarando a última hora su superchería, cuando todos se «habían caído» afirmando conocer la obra y dando detalles de sus bellezas y defectos. Un amigo de la tertulia quiso protegerle. Aquí no vienen mas que currinches.

Y luego, descalzándose un guante, le arrojó en mitad de la sala, y el duque le alzó, diciendo que, como ya había dicho, él acetaba el tal desafío en nombre de su vasallo, y señalaba el plazo de allí a seis días; y el campo, en la plaza de aquel castillo; y las armas, las acostumbradas de los caballeros: lanza y escudo, y arnés tranzado, con todas las demás piezas, sin engaño, superchería o superstición alguna, examinadas y vistas por los jueces del campo.

Si es egoísmo, confieso mi egoísmo, y declaro a la faz de mi auditorio que en el punto en que se eclipsaba la estrella que por diez años había iluminado la Europa, volví a fijar los ojos en la carta para continuar leyendo. Si no quieren ustedes enterarse de ello, no se enteren; pero es mi deber decir que la carta concluía así: «...una superchería poco digna de personas como vos.

Como aquellos viejos verdes que creen despertar su voluptuosidad dormida engañando los sentidos con la contemplación de hermosuras pintadas, así intentaré dar interés y lozanía a los mustios pensamientos de mi ancianidad, recalentándolos con la representación de antiguas grandezas. Y el efecto es inmediato. ¡Maravillosa superchería de la imaginación!

Pero la superchería se descubrió pronto y el engaño no duró mucho tiempo, aunque el necesario para que llegase a mis oídos, obligándome a transmitirlo a la familia. Aunque tenía muy mala idea de la veracidad del viejo Malespina, jamás pude creer que se permitiera mentir en asuntos tan serios.

Palabra del Dia

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