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Actualizado: 28 de junio de 2025
Una explosión de gritos y aplausos saludó el automóvil en el que llegaba Nélida con su hermano y Ojeda. Los padres, que habían sido de los primeros en regresar al buque, aguardaban impacientes. Pero el señor Kasper cortó con una acogida cariñosa la belicosidad de su cónyuge, irritada por esta tardanza. Juntos admiraron el pajarraco rojo y verde que sostenía Nélida en una mano.
Rubín estaba furioso, y sostenía que el Gobierno no tenía vergüenza si no fusilaba en el acto... pero en el acto... a Martínez Campos, a Jovellar y todos los demás que habían andado en aquel lío. Cuando sus amigos no le querían oír sobre este particular, hablaba solo. Desmentía categóricamente cuantas noticias llegaban al café. Todo era falso.
Concluido este cuasi sermón, cesé de oír: y a poco cesé de ver: dejado de la mano del ser fantástico que me sostenía sobre Babel la nueva, volví a caer en París, donde me encontré rodeado entre la confusión de palabras vestidas de frac y de sombrero, que a pie y en coche corren las calles de la gran capital.
Como se esperaba su muerte por momentos, habíanle vestido el manto todo blanco que prescribía para aquel último trance la regla de Santiago. Sostenía su cabeza el mismo cojín de cuero verde sobre el cual su esposa doña Brianda había exhalado el último suspiro. Don Alonso pidió que les dejaran a solas. Cuando todos se retiraron, el moribundo bajó tristemente los ojos hacia el amigo.
Hacía ya tiempo que sostenía una lucha sorda, pero terrible, con Pérez, otro concejal no menos ambicioso, para obtener este puesto, en el cual sus grandes dotes de innovador podrían brillar espléndidamente. El Retiro, Recoletos, la Castellana, el Campo del Moro esperaban un redentor que les diese nueva y deslumbrante vida, y este redentor no podía ser otro que Maldonado.
El conductor sostenía un vivo diálogo con alguien en el camino, diálogo que nos pareció debía ser poco halagüeño a juzgar por las palabras que en medio del furioso viento que soplaba pudimos apreciar; «puente arrastrado», «camino inundado», «paso imposible» y otras por el estilo.
¡Qué volver! exclamó Leto con la más candorosa naturalidad . No habría tal vuelta; porque Nieves no habría perecido sin perecer antes yo que la sostenía... Pero ella, ella, don Claudio, ¿por qué había de perecer así?
Para desmentir esos funestos rumores, no hizo, durante dos años, más que negociaciones al contado. Tenía en Montretout, enfrente del bosque de Bolonia, una casa de campo encantadora, en la que sostenía un maravilloso lujo de flores.
Lo primero que pensó fué buscar una piedra, un árbol, algo donde atar la cuerda del bote, que sostenía con su diestra. Tuvo miedo de que durante la noche la resaca se llevase mar adentro esta embarcación, que representaba su única esperanza. Buscando en la penumbra, dió con un grupo de arbustos vigorosos cuyas ramas llegaban á la altura de su cabeza.
Habíamos ocupado un palco-balcón de la derecha, inmediato a aquella antigua viga blanqueada que sostenía el techo y que por su espesor desafiaba las fuerzas de Sansón mismo. Mi tía se había hecho acompañar por la señorita Fernanda, que yo estaba acostumbrado a ver con frecuencia en casa.
Palabra del Dia
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