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Actualizado: 14 de junio de 2025


La señora Polidora se echa a reír encogiéndose de hombros. Lacante sonríe, mira a Elena con curiosidad y, poniendo los dedos sobre la mano de su hija, le dice: Veo, hija mía, que eres piadosa y te felicito por ello; la piedad es una fuente de goces íntimos para los que la poseen... Aquí, en París, no se usa el hacer a cada paso manifestaciones de religión.

La duquesa sonríe ante la solicitud demasiado expansiva del empleado del vagón, mientras la honorable doméstica la acoge con un gesto duro y frío. Antes de dormirme, desfilan por mi memoria los recuerdos que guardo de esta anciana célebre que está tendida á cincuenta centímetros de mi cuerpo.

Impresionado cruza las manos y pregunta: ¿Quién ha hecho esto? Ella pasea su mirada por el contorno y guarda silencio. ¿Usted? pregunta el militar sorprendido. He contribuido un poco responde la joven modestamente. ¿Pero es usted la que ha tomado la iniciativa? Ella sonríe. Esta sonrisa le da más años, esparce sobre su rostro de niña la gracia de la mujer.

A Dios gracias tengo buenas relaciones en la prensa y ya verá usted la mosquita que le haré poner al señor contador... ¡Ya verá usted y se reirá!... ¿Y no sabe cuándo vendrá el tan célebre expediente? No, señora..., ¡no puedo decirle nada al respecto! La señora se sonríe y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo por si pica.

los dos en mi vida pusísteis un mal: uno abrió una herida, otro abrió un rosal. Tu verdad, asceta, hizo de mi vida un inmenso crial; tu llanto, poeta, hizo de mi herida brotar un rosal. Sonríe, poeta del dolor, sonríe; ya tu ensueño de amores ha triunfado en una luminosa apoteosis al pié del tabernáculo.

Todo me sonríe, el país, los parientes, los amigos, los vecinos, que vivían a mi puerta y me saludaban con un jubileo tal, como si hubiese llegado la Providencia. Soy muy feliz, y esto me causa espanto, porque en este mundo lo bueno dura poco. Es indispensable que me mortifique con las buenas obras, y que no me deje arrastrar sino por el reconocimiento hacia el divino Dispensador.

Ya los hoyuelos de sus mejillas cuando sonríe, ya la blancura sonrosada de la tez, ya la forma recta de la nariz, ya la pequeñez de la oreja, ya la suavidad de contornos y admirable modelado de la garganta.

El mar, con sus olas cambiantes como sus ojos de usted, y de voz grave como la suya, meciendo mi dolor al ritmo de sus ondas me ha dicho «Esperanza». Santa Ana, testigo mudo de nuestros esponsales, parece que me sonríe y que murmura «Confianza». El verde campo, dormido bajo la caricia del sol, el beso de la brisa y la canción de sus nidos, me ha suspirado «Amor». Y todos me han gritado ¡«Anda»!

El Gabinete se ha hecho para enseñárselo á los estrangeros y á los grandes empleados que venían de la Península, para que al verlo muevan la cabeza con satisfaccion mientras que el que les guía sonríe como diciendo: ¿Eh? ¿ustedes se han creido que se iban á encontrar con unos monjes atrasados? Pues estamos á la altura del siglo; ¡tenemos un gabinete!

O, mejor dicho, no: permanecerás en París bajo mi protección, conviviendo conmigo en la intimidad más estrecha. Quiero verte dichoso, casado con una mujer bonita y hacendosa, padre de dos o tres hermosas criaturas. ¡Sonríe, hombre, sonríe! ¡Toma este plato de sopas! ¡Gracias, señor L'Ambert. Guardaos esas sopas; ¿para qué las he de tomar? ¡Hay tanta miseria en el mundo!

Palabra del Dia

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