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Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo; y, al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato: -Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda; aunque en el principio decía: «Alta y sobajada señora». -No diría -dijo el barbero- sobajada, sino sobrehumana o soberana señora. -Así es -dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía..., si mal no me acuerdo: «el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

Uniendo con la imaginación en el mismo cuadro a las dos bellas imágenes, las veía cogidas de las manos, y salirle al encuentro radiantes. La ausente había sacado del sepulcro a la muerta, los dos fantasmas vivían la misma vida sobrehumana, intangible.

Y no volvió a ver a Luz; pero lejos de borrársele su imagen en la memoria, más se ahondaban sus trazos cada día al calor del pensamiento, que no se apartaba de ella un solo instante. Llegó a creer que en aquel señorío que el recuerdo de Luz había hecho de su corazón y de su fantasía, había algo de inspiración sobrehumana.

Si el señor Aubry no hubiera pronunciado la víspera las palabras que alentaron su locura, quizá se habría resignado. Pero haber entrevisto, como casi posible, una felicidad sobrehumana, y encontrarse luego, por la crueldad del destino, en presencia del que, fuera de duda, iba a robarle aquella felicidad, era demasiado duro... Lágrimas de desesperación enrojecieron sus ojos.

Al concebir esta idea, una puerta ilusoria abriose de pronto en su imaginación, y sus ojos vieron de nuevo la figura sobrehumana de Felipe Segundo siguiéndole con la mirada a lo largo de los caminos. Todo su brío se desplomó. Hallose anonadado, vencido, por algo irresistible, como el poder de un hechizo funesto. ¡Ahora que su garganta sentía la hez nauseabunda de las ambiciones palaciegas!

A veces el más hábil auriga, al ir a alcanzar la palma salvando la meta, suele tocar en ella y dar lastimoso y mortífero vuelco. De repente vieron Morsamor y los de su nave un gravísimo peligro que venía sobre ellos, de que ya no podían esquivarse con la fuga y que era menester arrostrar con heroica y casi sobrehumana valentía. Una enorme galera se aproximaba dándoles caza.

Feli, a pesar de su debilidad, encontraba fuerzas para animarle. Se acababa el dinero y no tenían esperanzas de que llegase más. Pero ella le ayudaría: estaba habituada al trabajo. Y la pobre muchacha, anémica por la falta de nutrición, abrumada por el peso de su vientre, tuvo un arranque de energía sobrehumana, de esos que únicamente puede realizar la nerviosidad femenil.

Hay allí algo como el rastro de una voluntad inteligente y de la tutela eterna y profunda de la naturaleza sobre el hombre, tiene que haber sido personificada por el indio cándido en la fuerza sobrehumana de uno de esos personajes que aparecen en el albor de las teogonías indígenas como emanaciones directas de la divinidad.

Rezo, es verdad, a Nuestra Señora de los Dolores, porque, así como pedí una recomendación para licenciarme; así como, para obtener mis veinticinco duros, imploré la benevolencia del diputado; igualmente, para sustraerme de la tisis, de las anginas, de la navaja del chulo, de la cáscara de naranja escurridiza donde puede uno resbalar y romperse una pierna y de otros accidentes, necesito tener una protección sobrehumana.

Era esa la realidad: él había sido víctima de una ilusión del eterno engaño del amor, al atribuir a aquella mujer sublimes virtudes que no poseía, al exagerar la hermosura de aquella alma hasta concederla una perfección sobrehumana.