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Isidora iba a contestar lo siguiente: «¿Y para qué me lo da usted?». Pero su conciencia se alborotó, y sintiose llena de perplejidad, que nacía del fiero tumulto y combate en que estaban dentro de ella la cólera, los remordimientos, el orgullo. Buscaba una salida pronta, enérgica, que cortase la disputa, dejando a un lado la cuestión moral.

Al mirar a aquella criatura encantadora, animada por todas las gracias de la inteligencia y de la pasión, sintiose Jacobo animado por un impulso casi brutal de deseo, pesadumbre y enojo; habíala respetado, echose aquella violencia. ¡Había tenido aquel heroísmo loco! y ¿cuál era su recompensa?

Ni una cosa ni otra se apuntaba en el lenguaje indiferente y frío de Juan Pablo. Este, después de almorzar, sintiose amagado de la jaqueca y se echó de muy mal humor en su cama. Toda la tarde y parte de la noche estuvo entre las garras de aquella desazón más molesta que grave.

Compadeció la ignorancia de la joven y estuvo próximo a decirle que todo aquel lujo era imbécil fatuidad, pura bambolla; pero sintióse dominado por sus temores de niño sumiso y obediente, y hasta en el vacilante resplandor del inmediato farol creyó ver el rostro de mamá contraído por un gesto de indignación majestuosa.

Al pie de la cuesta, una sombra cruzó el camino y un brazo vestido de una camisa azul, la alivió con destreza de aquella carga, que empezaba a quebrantar sus delicadas articulaciones. Doña María sintiose a la vez enojada y confusa. Y sin dignarse elevar los ojos hacia el bienhechor, dijo con cierto despecho: Si más a menudo llevases esto por tu cuenta harías mucho mejor.

Mientras leía aquel tejido de inocentes perversidades, monsieur Jaccotot sintiose tocado en la secreta llaga de su corazón. ¿Cuál sería el porvenir de esa Silvia idolatrada? ¿Heredaría la naturaleza galante de su madre, así como su fisonomía y su gesto?... Y por el rostro del viejo maestro corrieron dos lágrimas silenciosas...

Naturalmente, la digna señora sintiose herida por esta pregunta grosera y así lo hizo entender inmediatamente dirigiendo a Freire las miradas más furiosas y despreciativas de su repertorio. En cuanto a Barragán parecía no comprender nada de todo aquello. Desde entonces la alegría de Freire fue en aumento cada vez que se sentaba a la mesa con Barragán.

Desahogaba su ira en furibundos apóstrofes, anatemas y dicterios, golpeando la mesa, lívido y descompuesto, cuando sintióse ruido de pasos y apareció la fatídica estampa del mozo de la imprenta, que volvía en busca del comenzado fondo.

Pero en cuanto salió a la calle, fuera de la influencia magnética de aquellos ojos que le turbaban, sintiose invadido por una sorda irritación: «Después de todo, ¿por qué me amenaza? ¿Es mi esposa? ¿Qué derechos tiene sobre ?

Cuando puedas... Si ahora no tienes que hacer... Quisiera que no se enterasen... Descuide usted, señorita respondió la morenita pálida sonriendo con amabilidad; nadie sabrá una palabra. Su mamá me va a mandar por almidón, y a la vuelta, ¡zas! me encajo allá. Al recibir Gonzalo el recado, sintióse acometido de punzantes remordimientos. Comenzó a pasear agitadamente por su cuarto.