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"Eran unos borrachos que quisieron hacerle daño; pero pasé yo felizmente... No se asuste usted: no tiene nada." Elías pareció un poco repuesto; apartó con despego á la joven, y su semblante principió á serenarse. "¡Ay! qué miedo he tenido esta noche dijo la joven. Esperándole hora tras hora y sin parecer.... Luego esos alborotos en la calle.... A media noche pasaron por ahí unos hombres gritando.

Por fortuna, sólo duraron unos cuantos segundos, porque ella las contuvo como tragándoselas; procuró serenarse, y habló sin gimoteos ni sollozos. que no tengo sobre ti ningún derecho. No te pido nada, ni por soñación. ¿Será cierto eso de la casa de banca y el dinero? Aunque me engañes, me alegraré de que sea mentira, porque prefiero mi desdicha a tu ruina.

Don Luis procuraba no encontrar a los amigos y, si los veía de lejos echaba por otro lado. Así fue llegando poco a poco, sin que le hablasen ni detuviesen, hasta cerca del zaguán de casa de Pepita. El corazón empezó a latirle con violencia, y se paró un instante para serenarse. Miró el reloj: eran cerca de las diez y media. ¡Válgame Dios! dijo , hará cerca de media hora que me estará aguardando.

«Pero, vamos a ver... dijo la señorita al fin, comenzando a serenarse . Todo eso que usted me cuenta, ¿es verdad o es locura de usted?... Porque a me han dicho que usted ha escrito novelas, y que por escribirlas comiendo mal, ha perdido la chaveta».

¡Ah! ¿del buen Montiño? ¿y ese mozo, es tan buen cocinero como su tío? Sabe á lo menos manejar la espada tan bien como su tío las cacerolas , contestó la reina procurando serenarse, porque la había turbado la imprevista pregunta del rey. ¡Ah! ¡ah! ¿es buen espada? Tan bueno, como que es quien ha herido á don Rodrigo Calderón. ¿El que ha herido á don Rodrigo? por cierto.

Y ya no lo vi más, señor comisario.... Ellos me lo mataron. Pero acordándose de su promesa, hizo un esfuerzo para serenarse y no hablar de la guerra. La viuda de Alberto trabaja ahora en una fábrica de municiones al otro lado de París, y yo sólo de tarde en tarde puedo ver á mi biznieto.

Ni él mismo sabía lo que le correteaba por el magín. Bien presumía antes a cuántos riesgos se exponían Nucha y su hija viviendo en los Pazos: ahora..., ahora los divisaba inminentes, clarísimos. ¡Tremenda situación! El capellán le daba vueltas en su cerebro excitado: a la niña la robarían para matarla de hambre; a Nucha la envenenarían tal vez.... Intentaba serenarse. ¡Bah!

Era para golpear al caballo, pero lo levantaba con facilidad cuando alguno de los peones incurría en su cólera. Te pego porque puedo decía como excusa al serenarse. Un día, el golpeado hizo un paso atrás, buscando el cuchillo en el cinto. A no me pega usted, patrón. Yo no he nacido en estos pagos... Yo soy de Corrientes. El patrón quedó con el látigo en alto.

Se marchó sin mirarle, y Desnoyers, por instinto, caminó en dirección opuesta. Cuando al serenarse quiso volver sobre sus pasos, vió cómo se alejaba dando el brazo al ciego, sin volver la cabeza una sola vez.

No hay culpa que el Señor no perdone por su intercesión... Vamos, déjese de lloros, que ahora va a confesarse y todo queda perdonado. Después de serenarse un poco la niña, siguieron marchando. Y llegaron a cierta plazuela no muy espaciosa, donde se alzaba la fachada parda y severa de una gran iglesia que no llamaba la atención por su esbeltez ni por otra cualidad buena o mala.