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Actualizado: 30 de abril de 2025
Tuvo que forcejear contra una cosa dura que crujía, enviándole al rostro un caño de sangre. Luego, al serenarse, vió que había metido el arma por la boca de su adversario, rompiéndole las vértebras. Conocía también el revólver, pero no era tirador.
Pero con Freya había que esperar siempre algo absurdo é inconcebible. El cañonazo del mediodía los sacó de su arrobamiento voluptuoso, que había durado unos segundos, largos como años. Los pasos del guardián, cada vez más próximos, acabaron por separar sus dos bustos y desenredar sus brazos. Freya fué la primera en serenarse.
Y en aquel momento comprendió que la quería de veras. No, no era sólo la atracción de lo misterioso y anormal; era que aquella mujer se le había metido en el alma. Hizo un esfuerzo por serenarse, dominó la impresión que sentía, y dijo: Pues bien; sólo dos cosas deseo saber ahora; primera: ¿cree V. que Julia quiere todavía a D. Javier? Me parece demasiado altiva, demasiado digna...
Con la tila y el azahar Anita acabó de serenarse. Respiró con fuerza; sintió un bienestar que le llenó el alma de optimismo. «¡Qué solícita era Petra! y su Víctor ¡qué bueno!». «Y había sido hermoso, no cabía duda.
Se sienta, o por mejor decir, se deja caer sobre el banco y pasea una mirada extraviada por el público, mientras sus mejillas se tiñen de vivo carmín. En vano se abanica con brío y procura serenarse. Nada: cuantos más esfuerzos hace por alejar la sangre tumultuosa del rostro, más empeño pone la maldita en ocupar aquel lugar visible.
El capitán se movía con hostil nerviosidad, protestando de la tardanza del cochero. Adivinábase que los hermanos acababan de sostener una discusión violenta. El mayor miró a su hija, miró a Jaime, y pareció serenarse al adivinar que los dos se habían entendido. Don Benito y Catalina les acompañaron hasta el carruaje. El asmático cogió una mano de Febrer entre las suyas con vehemente apretón.
Elena reconoció á Manos Duras, sonriendo maquinalmente á su respetuoso saludo. Luego, sin darse exacta cuenta de lo que hacía, le llamó con una mano. El gaucho hizo dar vuelta á su cabalgadura y se aproximó al carruaje, marchando junto á sus ruedas. ¿Cómo le va, señora marquesa?... ¿Por qué está tan pálida? Elena hizo un esfuerzo para serenarse.
La crispada y hostil actitud, que aún conservaba, suscitábale nuevos impulsos de odio contra su víctima. Cuando comenzó a serenarse, dijo en voz alta, sentándose en el sillón: ¡No he menester de él, ni de nadie! Pocos días para Avila más tristes que aquel lunes, 17 de febrero de 1592. La ciudad despertó en una expectativa siniestra.
Las piernas le temblaban levemente y se detuvo un instante para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después de una revuelta, se le apareció la calle en toda su parte habitada, rectilínea y suavemente pendiente hasta desembocar en una de las avenidas de Monte-Carlo. No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse en Villa-Rosa antes de que asomase algún vecino.
Palabra del Dia
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