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Actualizado: 22 de junio de 2025


Obdulia le respondió con verdadera emoción, también en voz baja. Formaban la del uno y la del otro un murmullo suave, discreto, que sin saber por qué llenaba de emoción el alma de la joven. Sentíase poseída de una languidez extraña, de una felicidad íntima, que aniquilaba o adormecía su pensamiento.

Sentíase avergonzado por tener tal madre y adorarla, sin embargo, con la dulce ceguera del cariño. ¡Eh...! ¡a un lado! Juanito saltó hacia atrás instintivamente, al sentir en su rostro el bufido ardoroso de dos caballos.

»Mi esposo sentíase encantado de las bellezas de esta modesta habitación, que yo miraba con indiferencia en un principio, y con algo de extrañeza más adelante, pues encontré un gabinetito amueblado y dispuesto como tenía el mío en el castillo del duque de Arcos.

En los ojos de Magdalena brilló un rayo de júbilo: sentíase consolada de la ausencia de su novio con la ausencia de Antoñita. ¿Y cuándo partiremos? preguntó con cierta impaciencia.

Y sin embargo, todas aquellas cosas deliciosas se habían huido para siempre; la novela de su vida, la que había embellecido su existencia sombría en los últimos años, había llegado al último capítulo. ¡Era una vieja! Asunto concluido. A este pensamiento, que se le introducía en el cerebro como un hierro candente, sentíase acometida por una necesidad animal de gritar, de rugir, de destrozar.

Ese hombre reservado, discreto y reflexivo por temperamento, sentíase interesado por aquella mujer de un carácter tan abierto y tan noblemente alegre... Y cuando se levantaron de la mesa y volvieron los invitados al salón, se las arregló de manera que pudiese encontrarse cerca de la joven.

Sublevóse su carácter rudo, como si acabara de recibir una grave ofensa con los temores del payés. ¡Miedos a él!... Sentíase capaz de pelear con todos los atlots de la isla. No había en Ibiza quien le hiciese retroceder. A su apasionamiento belicoso de amante uníase una soberbia de raza, el odio ancestral que separaba a los habitantes de las dos islas.

Sentíase rejuvenecido por el contacto de los fresquísimos pétalos de tantas y tantas flores, de todos colores y formas, subiéndosele a la cabeza los primaverales perfumes de las rosas, de los junquillos y de los iris... Cada vez que añadía una flor al brazado de la viuda, era para él una delicia rozar apenas los dedos de Camila por entre las hojas llenas de humedad.

Algunos de éstos se hacían lenguas de la gran ilustración de los «sacristanes» de Toledo, elogio que acogía don Antolín como si fuese dedicado por entero a su persona. Gabriel se alarmaba más que el Vara de plata del efecto de sus palabras. Sentíase arrepentido del momento en que habló por primera vez de su pasado y sus ideales.

Escéptico en materias religiosas, despreciaba o atacaba a todos: a los judíos fieles a sus antiguas creencias, a los conversos, a los católicos, a los musulmanes, con los que había vivido en sus viajes a las costas de África y en las escalas de Asia Menor. Otras veces sentíase dominado por una ternura atávica, mostrando cierto respeto religioso hacia su raza.

Palabra del Dia

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