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Actualizado: 19 de noviembre de 2025
Y entre las señoritas ocurre otro tanto: «Mangacha», «Mecha», «Mechita», «Cochonga», «Chucha», «Cocha», «Coca», «La gringa», «Neneite», «Nenana», «La Negra», «Fifa», «Tina», «Tinita», «Mimí», «Nini», «Nina», «Sisi», «Potota», «Chiveta», «Matesa», «La gata», «Loló», etc., etc. Como se ve, el bautismo ha desaparecido.
JOAQUÍN. Me siento atraído hacia usted por una simpatía de artista. Quiero revelárselo a usted misma. Echa a andar, coge su sombrero y se retira, siempre digno y solemne. El trabajo prosigue. De súbito entra Lafripe, una especie de bohemio sin edad, hirsuto, canoso y con la ropa llena de manchas. LAFRIPE. ¡Ustedes dispensen, señoritas! Acaba de marcharse, caballero.
Dimmesdale, así como las damas casadas y las jóvenes y bellas señoritas, sus feligreses, le instaron para que se aprovechara de la habilidad del médico, que tan generosamente se había ofrecido á servirle. El Sr. Dimmesdale, rehusó con dulzura sus instancias. No necesito medicina, dijo.
Las hermanas de usted, unas señoritas, se avergonzarían de tener por cuñada a la que remendaba los vestidos de sus amigas; su mamá, toda una señora, me consideraría un poquito más que a sus criadas. Y yo, aunque sea pobre, no tengo fuerzas para tanto. Para salir de esta vida, quiero vivir en paz con la familia de mi marido y que me respeten. ¿Qué menos puedo pedir? ¿No es verdad...?
La señorita de Sardonne parecía responder a la perfección a tan varias exigencias, puesto que era de ilustre cuna, perfecta distinción y soberana belleza, y aun hay quien dice que demasiado soberana en sentir de la baronesa, pero era necesario ser indulgente en algo, dado que las señoritas de compañía no pueden mandarse hacer, como los sombreros.
Momoy había estado cerca del kiosko. Es lo que nadie podía explicarse, contestó Chichoy; ¿quién tenía interés en turbar la fiesta? No podía haber más que uno, decía el célebre abogado señor Pasta que estaba de visita, ó un enemigo de don Timoteo ó un rival de Juanito... Las señoritas de Orenda se volvieron instintivamente hácia Isagani: Isagani se sonrió en silencio.
Todas estas señoritas vuelan hacia sus caballetes: se han puesto las blusas y aparentan absorberse en su arte. Joaquín entra; es un hombre de cincuenta años, extremadamente chic y muy atildado. Tiene manos de prelado, rostro banal de artista mundano, hermosos ojos negros, nariz aguileña, bigotes finos y barba en punta, demasiado negra. Luce una severa levita con la gran roseta de comendador.
Tus padres están en un caserío de la familia Aguirre, ¿verdad? Si, señor. ¿Les tienes cariño a los de tu casa? Sí, señor. ¿A la señora y a las señoritas? -Si, señor. ¿Y al señorito Juan? También. Y la muchacha se ruborizó. Yo continué con mis preguntas. ¿No quieres marcharte de Aguirreche? No, señor. ¿No tienes confianza en mí?
Teníamos por toda sociedad una familia inglesa que regresaba de las Indias: un coronel al servicio de la compañía y sus dos hijas, amarillas como la piel de Rusia. Unicamente el vino de Burdeos gana con un viaje tan largo. Esas señoritas no nos honraron ni con una palabra; lo que las excusa un poco es que no sabían el francés.
Tal vez le arrastrase su espíritu analítico a encontrar algún vago parecido entre estas distinguidas señoritas y las jóvenes que comercian con churros y buñuelos en los parajes excéntricos de la población.
Palabra del Dia
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