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Actualizado: 19 de junio de 2025
EL JUEZ. ¡En efecto! ELOY. Puede usted felicitarme tanto más cuanto que la señora Genvrain, sin que horripile, tampoco puede pasar por una belleza. Así, las señoritas subvencionadas no resultan ya tan atrayentes. ELOY. No tengo opinión sobre este asunto, porque nunca quise verlas de cerca.
Entretanto había llegado la apertura de la caza, y esta novedad trajo a los huéspedes de los Genets otro elemento de animación y de placeres. Las señoritas de la colonia se ensayaban en este género de sport, con gran desesperación y terror grande de los cazadores serios.
Fué aquél un golpe rudo para Maldonado. Considérese que estaba delante de Esperancita y de otra porción de señoras y señoritas. Tan rudo fué que le aturdió como si le hubiesen dado en la frente con una maza. Se puso lívido, sus labios temblaron antes de poder articular una palabra.
Por consecuencia, al día siguiente, bien de mañana, el marqués de Pierrepont tomaba el tren, acompañado de las caricias de su tía y de las maldiciones de aquellas señoritas.
La otra criada de la casa, que la echaba de sensible y ejercía cerca de las señoritas las funciones de doncella, volvía la espalda al sacrificio y vigilaba las marmitas y cazuelas que hervían sobre los fogones del banco.
Las damas y señoritas ponían gran interés en las carreras, examinando el programa, las cotizaciones, los dividendos de las ya corridas, y pidiendo y dando «pálpitos» para las que iban a correrse.
Las señoritas de la ciudad, parecíanle campesinas disfrazadas, con los mismos instintos de egoísmo y economía de sus padres, conociendo el precio a que se vendía la naranja, sabiendo el número de hanegadas con que contaba cada aspirante a su cariño, ajustando el amor a la riqueza y creyendo que la honradez consistía en ser implacable con todo el que no se amoldaba a su vida tradicional y mezquina.
De las calles vecinas iban llegando recién peinadas y coquetas las señoritas deseosas de que el novio se hiciera el encontradizo, las niñas ávidas de jugar y las mamás cargadas de devocionarios sujetos con gomas encarnadas.
Además, hijo de una gran familia; señorones adinerados que nunca le dejaban ir por Toledo con el bolsillo vacío. Y ella, la pobre Sagrario, bobita de amor, chalada por su cadete, orgullosa cuando paseaba los domingos por Zocodover o el Miradero entre su madre y aquel novio tan apuesto que le envidiaban las señoritas de la ciudad. La hermosura de tu sobrina hacía hablar a todo Toledo.
Y apesar de eso, no cambio mis colores por los de ninguna de esas señoritas tísicas que van al Prado en carretela...» El hijo del brigadier asentía incondicionalmente a estas atrevidas proposiciones; quizá las llevase en su pensamiento más allá que la misma interesada.
Palabra del Dia
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