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Actualizado: 19 de junio de 2025
Avanzó tres pasos más, y poniendo la mano en el hombro del oficial: El día menos pensado... pronunció , cuando te vea en las Filas o en la calle Mayor... me cojo de tu brazo delante de las señoritas, ¿oyes?, y canto allí mismo, allí... todo lo que pasa. Y cuando venga la nuestra... o te hacemos pedazos, o cumples con Dios y conmigo. ¿Entiendes, falsario?
Fácil es de comprender que las dignísimas señoritas que con tal admirable constancia luchaban un día y otro para no entrar en el paseo mientras estuviese solitario, no irían a cometer la vileza de presentarse «primero que las otras» en el salón del Casino.
Así había logrado infundir respeto y no odio: y las señoras y señoritas del lugar, en vez de tomarla por blanco de sus sátiras, solían tomarla por modelo, con lo cual los usos, costumbres y trato social, se habían mejorado bastante.
Con el señorito Gabriel sí que tuve algún trato; lo que es con las señoritas... buenos días y buenas noches, cuando las encontraba en los pasillos. Luego ya fui al Seminario.... ¡Bah, bah! ¿Tiene usted gana de cuentos...? Harto estará usted de saber cosas de las chicas. Basta su madre de usted para enterarle. ¿Acerté?
Para muchas de las señoras y señoritas presentes, que, o no eran del país o eran muy jóvenes, la aparición de Emma en el mundo, si aquello era mundo, ofrecía una novedad absoluta, porque no podían recordar, como otras pocas, que años atrás aquella mujer, vestida con tanto lujo, de facciones ajadas, de una tirantez nerviosa y avinagrada en el gesto, había sido la comidilla de la población por sus caprichos y locuras de joven mimada y rica y extravagante como ella sola.
Figúrate que jugábamos al volante, y Lucía se equivocó al contar sus puntos; yo tenía seiscientos ochenta y ella seiscientos quince solamente, y ha pretendido tener seiscientos setenta y cinco. Me confesarás que esto era demasiado fuerte. Yo sostuve mi cifra y por supuesto, ella la suya. Y bien, señorita, le dije, consultemos á estas señoritas; yo me someto á su fallo.
Julián, que por no malograr la sorpresa de la aparición del primo se había quedado oculto detrás de la puerta, salía riendo del escondite, muy embromado por las señoritas, que afirmaban que estaba gordísimo, y se escurría por el corredor, en busca de su madre.
¡Jesús, hijas!... ¡Qué perfume!... ¡Qué horror! exclamó la baronesa . Beatriz, en seguida mi tarro de sales; luego, que estas señoritas te den sus redes y llévalas a la cocina. Perdone usted, tía dijo el marqués de Pierrepont, tomando vivamente aquellos artefactos ; las voy a llevar yo.
Sonaba el piano incesantemente en el gran salón bajo los dedos entorpecidos de las señoritas que preparaban su «número». Otros pianos no menos balbuceantes y expuestos a error contestaban desde los extremos de la cubierta, en la sala de los niños y en los camarotes de gran lujo.
Sin embargo, teniendo semejantes hombros, había que suponer sensatamente que aquellas señoritas no lo hacían por el deseo de exhibirlos, sino más bien a causa de una obligación que no era incompatible con el buen sentido y la modestia.
Palabra del Dia
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