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Actualizado: 26 de julio de 2025


Yo no tengo más licencias que las que á disculpa de loco me tomo; yo no escribo sátiras, pero las hago; yo no empuño hierros, pero mato desde lo obscuro. Vos sonáis más que yo; vos sois el bufón de todos por estafeta, y yo soy el bufón del rey por oficio parlante; cuando vos pasáis por una calle, todos dicen: ¡allá va Quevedo! y se ríen.

Son sátiras en acción que resaltan sobre las simples bufonerías que ha producido este género en los últimos tiempos

Por esta razon han de considerar los que escriben sátiras, que para ser buenas han de hacer impresion en el entendimiento, y no han de herir al corazon, porque como el satirizado tiene tambien amor propio, se moverá á abatir en el modo que pueda al Autor de la sátira, y estas luchas pocas veces se hermanan bien con la humanidad.

Se conspiraba con el deseo, con las noticias, con las sospechas, con las hipérboles, con las sátiras, con verdades y mentiras, con el llanto tributado a los muertos y las oraciones por el triunfo de los vivos. Tal era Madrid a fines de mayo de 1808, antes de que sonaran los primeros cañonazos de Cabezón y los primeros tiros del Bruch.

Pero las damas parecían temer los encomios y no las sátiras. No bien se oyeron encomiar apretaron el paso, y aprovechando un momento de confusión y bullicio, trataron de escabullirse. El Conde tenía fija la vista en ellas.

Voltaire a los doce escribía sátiras contra los padres jesuitas del colegio en que se estaba educando: su padre quería que estudiase leyes, y se desesperó cuando supo que el hijo andaba recitando versos entre la gente alegre de París: a los veinte años estaba Voltaire preso en la Bastilla por sus versos burlescos contra el rey vicioso que gobernaba en Francia: en la prisión corrigió su tragedia de Edipo, y comenzó su poema la Henriada.

El editor Blas Antonio Nasarre, erudito absurdamente apasionado de la crítica francesa, escribió un prólogo, que le precede, en el cual se ensaña sin piedad contra el antiguo drama español, presentándolo como modelo de vicios y defectos de toda especie, desconociendo tan completamente las reglas de la sana crítica al aplicarlas á las comedias de Cervantes, que le siguen, que las califica de parodias y sátiras contra el gusto corrompido de la época, ó lo que es lo mismo, de obras las más defectuosas y sandias que jamás se han escrito. ¿Cómo hubiera creído esto nunca el autor del Don Quijote?

¿Veis á ese cuyos ojos centellean, que se agita en su asiento, da recias palmadas sobre la mesa, y al fin se deja caer el libro de la mano, exclamando: bien, muy bien, magnifico?.... ¿Notais aquel otro que tiene delante de un libro cerrado, y que con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos fijos, y la frente contraida y torva, manifiesta que está sumido en meditacion profunda, y que al fin vuelve de repente en , y se levanta diciendo: «evidente, exacto, no puede ser de otra manera....?» Pues el uno es Boileau, que lee un trozo escogido de la carta á los Pisones, ó de las Sátiras, y que á pesar de saberlo de memoria, lo encuentra todavía nuevo, sorprendente, y no puede contener los impulsos de su entusiasmo: el otro es Descártes que medita sobre los colores y resuelve que no son mas que una sensacion.

Patricio, personaje esbozado ya en ciertas sátiras políticas del autor , adquiere aquí proporciones extraordinarias y se convierte en verdadero héroe y rueda principal de la novela, dejando muy en segundo término al indianete que la da nombre, verdadera figura decorativa, aunque admirablemente trazada.

En los grandes hombres solo nota las faltas, calla las virtudes, y si las nombra las envuelve en sátiras; y siendo así que mientras haya hombres ha de haber vicios y defectos, asido de estos pinta al género humano de peor condicion que las bestias, gobernándose por lo que vulgarmente es, sin enseñarle lo que debe ser. En todas sus obras no hay un discurso filosófico seguido.

Palabra del Dia

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