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Aprovechándose de aquel movimiento del alma, desprendió su brazo de la mano de Isidora, y con toda energía le dijo: «Dios te ampare». Ya estaba distante cuando oyó esta voz sarcástica: «¡Farsante!». Aquella misma noche desapareció Isidora de la casa de sus buenos amigos, dejándoles un papelito que decía: «Emilia, Juan José, amigos queridos: no soy digna de vivir en vuestra casa.

De vez en cuando se dibujaba en su rostro una sonrisa sarcástica y dejaba escapar por la nariz un leve resoplido que acusaba la tensión de su espíritu, como el pito revela la tensión de la caldera de vapor.

Al pasar delante del Casino, frente al balcón de Mesía, Ana miraba al suelo, no vio a nadie. Pero don Fermín levantó los ojos y sintió el topetazo de su mirada con la de don Álvaro; el cual reculó otra vez, como al pasar la Virgen, y de pálido pasó a lívido. La mirada del Magistral fue altanera, provocativa, sarcástica en su humildad y dulzura aparentes: quería decir ¡Vae Victis!

Su risa triste, sarcástica, temible, semejante en sus labios á la burla de un ángel caído, se encarnizaba en ajar donde quiera que veía las señales de las más generosas facultades del alma humana, el entusiasmo y la pasión. Sentía yo que este extraño espíritu de denigración, tomaba para conmigo un carácter de persecución especial y de verdadera hostilidad.

Venturita, después de unos días en que no cambió con su marido palabra alguna y aparecía pálida y ceñuda, herida, sin duda, por la violencia que éste había desplegado en la escena que hemos descrito, volvió a ser lo que antes, alegre y decidora unas veces, colérica y caprichosa otras, siempre de palabra aguzada y sarcástica.

Hasta Sánchez Morueta, que permanecía con la cabeza baja, como molestado por una polémica cuya intención adivinaba, levantó los ojos fijándolos con cierta extrañeza en el abogado. Aquel muchacho no se expresaba mal. Ya no le creía tan necio, y pensaba si su mujer tendría razón al elogiar sus cualidades. Aresti acogió la sarcástica descripción de aquella sociedad sin Dios, con rostro impasible.

Una mano infame había trazado con carbón de diseñar, en los dos ricitos del retrato, la prolongación más sarcástica, el insulto más villano. El niño se puso muy rojo, luego pálido, muy pálido. Cogió el retrato, escondiólo bajo el gabán y fuese hacia la puerta sin decir palabra. Lilí se puso a llorar; entonces volvió el niño y le dio un besito. No llores, tonta...

El espectáculo no era muy agradable; sobre todo poco antes de comer. Al mismo tiempo se volvió dirigiendo sus pasos hacia la puerta. Gonzalo exclamó con sonrisa sarcástica: Y yo me alegro de haberte dado esa alegría. Luego, al quedar solo, sus ojos chispearon de furor y sus labios temblaron.

Una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios; aquella noche tenían ellos el banquete en la pansitería para celebrar la muerte de la Academia de Castellano. ¡Ay! suspiró; como los liberales en España sean cual los tenemos aquí, ¡dentro de poco la Madre Patria podrá contar el número de sus fieles!

Estuvo taciturno y silencioso durante la comida. De vez en cuando sus labios se contraían con sonrisa sarcástica y murmuraba un ¡villano! ¿Qué tienes, Rosendo? se atrevió al fin a preguntarle su esposa, que ya estaba inquieta. Nada, Paulina; que la envidia produce grandes estragos en el mundo se limitó a contestar con amargura.