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Actualizado: 25 de julio de 2025


Yo creí que os habían matado en aquella furiosa carga. ¿Y Santorcaz?... Pero os contaré lo que me pasó. Después de la carga, y cuando entró la caballería de España, quedé a retaguardia del regimiento; se me murió el caballo, y corrí a las filas del regimiento de Irlanda. Cuando vinimos aquí, nos cogieron prisioneros los franceses, y yo les dije tantas picardías que quisieron fusilarme.

Pues una mujer que ha venido hoy de la sierra dijo D.ª Gregoria me ha contado que también mi pueblo va a declarar la guerra a ese ladrón de caminos; , Sr. de Santorcaz, mi pueblo, Navalagamella. Y allí no se andarán con juegos, sino al bulto derechitos.

Si el Rey no quiere... ¿Hay quien esté por cima del Rey? El Rey manda en todas partes, y digan lo que quieran, no hay más que su sacra real voluntad. ¡Muchachos, viva Fernando VII! Pero vengan acá, zopencos dijo Santorcaz . ¿Dicen ustedes que nadie manda más que el Rey? Nadie más.

Como Santorcaz era pobre, y yo más pobre todavía, nuestro viaje fué tan irregular, cual los que en antiguas novelas vemos descritos. No adoptamos sistemáticamente ninguna de las clases de incómodos vehículos conocidos en nuestra España; en varias ocasiones anduvimos en galera, otras en macho, si nos franqueaban sus caballerías los arrieros que tornaban a la Mancha de vacío, y las más veces a pie.

Santorcaz, después de permanecer por algunos minutos indiferente a las preguntas de su discípulo, reanudó la conversación; pero, apenas comenzada ésta, oímos un tiro, en seguida otro, luego otro y otro.

Yo contemplaba esto, preguntándome si la terrible imagen estaba realmente ante mis ojos, o dentro de ellos, cuando Santorcaz exclamó de improviso: ¡Miradle, miradle allí! ¿Le veis? ¡Estúpidos! ¡Y queréis luchar con este rayo de la guerra, con este enviado de Dios que viene a transformar a los pueblos!

Diciendo esto, trajo un pañuelo, y desdoblando una de las puntas despaciosamente, y como si se tratara de la más venerable y santa reliquia, sacó una moneda de plata que puso ante la vista de Santorcaz, sin permitirle que la tocara.

Vaya unos zotes añadió Santorcaz . Pero venid acá: ¿no veis que hay en Sevilla una Junta, que es la que dispone? ¿No veis que hay otra en Granada, otra en Córdoba y otra en Málaga, etc.? Pues en lugar de todas esas Juntas pequeñas que gobiernan en cada pueblo, ¿no puede haber una muy grande que se reuna en Madrid y acuerde lo que se ha de hacer?

A pesar de su mala cabeza, nosotros apreciamos a este tarambana de Santorcaz, y él no nos quiere mal; así es que cuando se aparece por España, siempre viene a parar a nuestra casa, donde le damos hospitalidad por bien poco dinero. ¡Ay!, , por bien poco dinero; verdad que si le pidiéramos mucho, el infeliz no podría dárnoslo, porque no lo tiene.

¿Cuál, amigo Santorcaz? Mire usted. Después de la batalla, y cuando volvamos a Córdoba, sacar a esa joven del convento. ¿Cómo? Demonio, ¿cómo se hacen las cosas? ¡Si viera usted! Eso es muy divertido. ¿Ve usted este rasguño que tengo en la mano derecha? Me lo hice saltando las tapias de un convento.

Palabra del Dia

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