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Actualizado: 6 de junio de 2025


Decíase que entre las actrices las había de hermosísima voz, pero de figura más hermosa todavía y si se ha de dar crédito á murmuraciones, su amabilidad estaba por encima aun de la voz y la figura. A las siete y media de la noche ya no había billetes ni para el mismo P. Salví moribundo, y los de la entrada general formaban larguísima cola.

Todos sentían como si entrasen en una casa donde hay un muerto. Un olor á incienso y á cera aumentaban esta ilusion. D. Custodio y el P. Salví se consultaron en voz baja sobre si sería ó no conveniente prohibir semejantes espectáculos. Ben Zayb, para animar á los impresionables y poner en aprieto á Mr.

¡Y usted, a quién el secreto ha sido legado, lo ha perdido! añadió. , señor, la situación es, ciertamente, muy crítica. En este asunto señor Salvi le dije, como amigos del pobre Blair, debemos esforzarnos en hacer todo lo que podamos para descubrir y castigar a sus enemigos. Dígame, por lo tanto ¿conoce usted el origen de la vasta fortuna de nuestro desgraciado amigo?

Todos se miraron pálidos é inquietos: una señora llena de terror y sintiendo un líquido caliente dentro de su traje, se cogió al P. Salví. La caja entonces se abrió por sola y á los ojos del público se presentó una cabeza de un aspecto cadavérico, rodeada de una larga y abundante cabellera negra. La cabeza abrió lentamente los ojos y los paseó por todo el auditorio.

Aquella cabeza hablaba de intrigas é imposturas sacerdotales y aunque se referían á otra época y otras creencias, molestaban con todo á los frailes allí presentes, acaso porque vieran en el fondo alguna analogía con la actual situacion. El P. Salví, presa de temblor convulsivo, agitaba los labios y seguía con ojos desencajados la mirada de la cabeza como si le fascinase.

Aquí fué el barrullo; la sala parecía un hospital, un campo de batalla. El P. Salví parecía muerto y las señoras viendo que no acudían á ellas tomaron el partido de volver en . Entre tanto la cabeza se había reducido á polvo y Mr. Leeds colocaba otra vez el paño negro sobre la mesa y saludaba á su auditorio.

El P. Irene, prosiguió Makaraig, me ha enterado de todo lo que ha pasado en Los Baños. Parece que estuvieron discutiendo lo menos una semana, él sosteniendo y defendiendo nuestra causa contra todos, contra el P. Sibyla, el P. Hernandez, el P. Salví, el General, el segundo Cabo, el joyero Simoun...

Aquí no soy el señor Salvi fue la réplica tranquila del monje. Me conocen como fray Antonio de Arezzó, o, más breve, fray Antonio. El nombre de Salvi me lo dio el pobre Blair, que no quiso introducir entre sus amigos mundanos a un monje capuchino. En cuanto al origen de su fortuna, creo que conozco la verdad. Entonces ¡dígamela, dígamela! grité lleno de ansiedad.

Burton nos lo había presentado como el señor Salvi, el renombrado ingeniero, y se había sentado en la mesa enfrente de , conversando en excelente inglés con todos.

Miren que citarme á tarifas ahora, y nada menos que del arzobispo don Basilio Sancho, ¡puñales! como si de entonces acá no hubiesen subido los precios de los artículos. ¡Ja, ja, ja! ¿Por qué un bautizo ha de ser menos que una gallina? Pero yo me hago el sueco, cobro lo que puedo y no me quejo nunca. Nosotros no somos codiciosos, ¿verdá usted, P. Salví?

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