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Actualizado: 14 de junio de 2025
Al pronunciar las últimas palabras se le anudó la voz en la garganta al mancebo, las lágrimas saltaron á sus ojos y trató de levantarse para marchar. Pero Flora le detuvo tirándole por la manga de la camisa. También ella estaba llorando. No, Jacinto, no soy tan dura como piensas articuló quedo y con trabajo. Mi corazón no es de piedra, pero soy rapaza todavía y no sé bien lo que hago.
La noche primera que saltaron en tierra, que fué á los 16, vino un renegado á nuestro campo y dijo cómo los enemigos tenían en tierra ocho piezas de artillería por encabalgar, y que habían con ellas salido pocos más de 2.000 hombres, y que los demás se desembarcarían el día siguiente, y que en los de tierra había muchos desarmados, de los que venían por remeros en la armada, que habían salido para gastadores.
Una noche de otoño descendía sobre la tierra y la envolvía con un velo de niebla azulada. Los dos molosos saltaron a mi encuentro, y volvieron a partir al galope hacia las ruinas del castillo. Maquinalmente, seguí la dirección que ellos habían tomado, caminando medio dormida, pues los vapores que llenaban el cuarto de la enferma me habían aturdido.
Bastaría con que uno encendiese; pero se hubiesen juzgado desairados si no se mostrase claramente que eran poseedores de todos los medios conducentes a producir el fuego. Chocaron los eslabones contra los pedernales, saltaron las chispas, ardió la yesca y más tarde los cigarros, todo en medio de un silencio solemne como el caso requería.
Como criaturas ávidas de aire y de luz para desarrollarse, lanzáronse al bosque las tres, animando con sus gritos e inocentes carcajadas el silencio y la paz que allí reinaba. ¡Virgen del Amparo lo que saltaron, lo que rieron, las diabluras que llevaron a cabo en poco tiempo aquellas loquillas!
Con sólo un tirón arrancó el tamborcillo de las rodillas del cantor, arrojándolo inmediatamente contra su cabeza, y tal fue el ímpetu, que se rompieron los parches; quedando la caja como un gorro torcido sobre la frente ensangrentada del muchacho. Saltaron los atlots de sus asientos, sin saber ciertamente lo que hacían, pero llevándose todos las manos a la faja.
Llegó la ocasión ineludible de cambiar el cuarto en que vivían por otro más modesto y barato. Doña Francisca, apegada a las rutinas y sin determinación para nada, vacilaba. La criada, quitándole en momentos tan críticos las riendas del gobierno, decidió la mudanza, y desde la calle de Claudio Coello saltaron a la del Olmo.
Yo te haré una taza de té. ¡Y para qué quiero yo té, desventurada!... dijo el otro en un tono tan descompuesto, que a Jacinta se le saltaron las lágrimas . ¡Té...!, lo que quiero es tu perdón, el perdón de la humanidad, a quien he ofendido, a quien he ultrajado y pisoteado.
Juana cortó con segura destreza la levita y el traje de mujer, y madre e hija y dos oficialas trabajaron con tal ahínco, que el tres de agosto, víspera del santo, levita y vestido de mujer estaban terminados. Cuando aquella noche vino don Paco de tertulia, le dieron la sorpresa de enseñarle la levita. El casi se enojó, y hasta se le saltaron las lágrimas de puro agradecido.
Casi al mismo tiempo otro ruido, que subía del portal, vino a dominar el ya formidable del aguacero; una algarabía, un chascarrás desapacible, unas voces cantando destempladamente con acompañamiento de panderos y castañuelas. Saltaron alborotadas las chiquillas, con Nisita a la cabeza.
Palabra del Dia
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