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Actualizado: 10 de junio de 2025
Desde el momento en que se trate de aplicar a la vida real sus ideales, se hundirá por su propio peso y caerá hecho polvo. Diciembre. La guerra sigue. La Restauración toca a las puertas de la patria con el aldabón de Sagunto. Asombro. La Restauración viene sin batalla, como había venido la República.
Yo domino de todas la arrogancia, conmigo no hay Sagunto ni Numancia... Y con airecillo de terne y de conquistador, siguió sin más circunloquios a la costurera hasta la puerta del entresuelo. La llave era dura, y el mocito, a fuer de cortés, no podía permitir que la niña se maltratase la mano.
Los campos secos de Sagunto recordábalos como un infierno de sed, del que afortunadamente se había librado. Ahora se veía de veras en el buen camino. ¡A trabajar!
Amaneció por fin el día 29 de diciembre de 1874, y a las once y cincuenta y seis minutos de la mañana, el ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, saltaba violentamente de la cama, como había de saltar veinticuatro horas más tarde, violentamente también, de la poltrona ministerial... Anunciábale un telegrama del gobernador militar de Sagunto que el general Martínez Campos había proclamado rey de España al príncipe Alfonso, en las Ventas de Puzol, al frente de la brigada Dabán.
Estos vieron por fin colmados sus deseos con la destrucción de Sagunto, heroica ciudad digna de mejor suerte, y entraron en posesión de los territorios cuestionados, mientras aquellos de sus enemigos que habían sobrevivido a los horrores de tan terrible guerra, eran vendidos por esclavos.
¡Sagunto! ¡Ay, qué nombre!, cuando se le ve escrito con las letras nuevas y acaso torcidas de una estación, parece broma. No es de todos los días ver envueltas en el humo de las locomotoras las inscripciones más retumbantes de la historia humana. Juanito, que aprovechaba las ocasiones de ser sabio sentimental, se pasmó más de lo conveniente de la aparición de aquel letrero.
Rafael, incorporándose, veía por detrás de la ermita toda la Ribera baja; la extensión de arrozales bajo la inundación artificial; ricas ciudades, Sueca y Cullera, asomando su blanco caserío sobre aquellas fecundas lagunas que recordaban los paisajes de la India; más allá la Albufera, el inmenso lago como una faja de estaño hirviendo bajo el sol; Valencia cual un lejano soplo de polvo, marcándose a ras del suelo sobre la sierra azul y esfumada; y en el fondo, sirviendo de límite a esta apoteosis de luz y color, el Mediterráneo; el golfo azul y temblón, guardado por el cabo de San Antonio y las montañas de Sagunto y Almenara que cortaban el horizonte con sus negras gibas como enormes cetáceos.
Tú que distes al libro de la Historia página eterna de tu eterna gloria ejemplos de valor y de constancia, los héroes de Sagunto y de Numancia; tú que hiciste temblar al mundo entero; que enarbolaste tu pendón guerrero en todos los confines de la tierra y con valor profundo agrandaste los límites del mundo; tú que el lábaro santo de tu fé peregrina clavaste en la Alhambra granadina y en las sangrientas aguas de Lepanto; tú que alumbraste a la humana historia con los reflejos de tu inmensa gloria, no puedes perecer, nación guerrera.
Para hacer patentes la heroicidad, el primor y la conveniencia de tamaña destrucción, aduce el Sr. Merchán multitud de ejemplos históricos, desde Sagunto y Numancia hasta la fecha.
Su vida pasada era un continuo cambio de profesión, siempre dentro del círculo de la miseria rural, mudando cada año de oficio, sin encontrar para su familia el bienestar mezquino que constituía toda su aspiración. Cuando conoció á su mujer, era mozo de molino en las inmediaciones de Sagunto.
Palabra del Dia
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