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Actualizado: 22 de julio de 2025
Yo creí que serían, como otras veces, de la mezcla que une los sillares, pero miré a lo alto y vi que no: eran de la piedra blanca de la cornisa, donde hay un adorno que parece una fila de huevos y otra de hojas... de pronto ¡pum! otro pedazo gordo, como su cabeza de usted, y dio en la esquina del altar, y partió el mármol... y eché a correr hacia la sacristía. ¿Quién estaba allí?
Entretanto, las otras personas presentes se pusieron a preguntar a Silas Marner dónde, según él, se encontraba el cuchillo; pero no quiso dar otra explicación. Agregó solamente: Estoy cruelmente herido, no puedo decir nada. Dios me justificará. La asamblea, de regreso en la sacristía, deliberó nuevamente.
Ya ves, mamá, que tengo razón para no querer a tu futuro sobrino político y para preferir a mi griego. Y no me pongas la objeción de que mi griego ha de ser hereje o cismático. De fijo que es muy buen católico. Si no lo fuera, no sería tan amigo del Padre González, que me le presentó en la sacristía, hace ya más de una semana. ¿Oyes, mamá?... ¿Qué?... ¿Ustedes me quieren volver loca?
Ni en la sacristía, ni en la capilla, había más luz que la escasa claridad que penetraba por cúpulas y ventanas, y al principio nada pudimos distinguir; pero, a poco, la trémula luz de la linterna nos hizo ver que todos los objetos de plata, absolutamente todos, se hallaban amontonados bajo el coro, cercando, aprisionando en el rincón, a don Guadalupe Robles, quien, con el cuerpo echado para atrás, como reculando, extendía ambos brazos contra los muros de aquel ángulo de la capilla.
Pero ¿por qué razón? ¿Debemos condenar al convento de San Felipe de Madrid, tan santo y respetable, y á otros muy venerados, porque en ellos se representen comedias en la sacristía?
La pureza de su alma, la bondad de su corazón le impidieron caer en los aborrecibles defectos de la gente mojigata. No gustaba de murmuraciones ni de chismes, y jamás tomó parte á favor ni en contra de las distintas camarillas que se disputaban con ensañamiento el predominio de la sacristía.
¿Te acuerdas cómo se burlaba de mí tu pobre padre? «Este chiquillo decía en la sacristía es un Sixto V.» «¿Qué quieres ser?», me preguntaban. Y yo respondía siempre lo mismo: «Arzobispo de Toledo.» ¡Y poco que se burlaba el buen sacristán de la seguridad con que hablaba yo de mis pretensiones! Cuando me consagraron obispo, cree, Tomasa, que me acordé mucho de él, sintiendo que hubiese muerto.
Vivía entre el confesonario, el locutorio, la celda y la sacristía, hecha un santo de palo, con el cuello torcido, la mirada en el suelo, avinagrado el gesto, y la voz siempre clueca y comprimida. En los pocos momentos que pasaba en su casa era intratable.
Mas ahora el rosetón de luces que ardía en torno de la imagen alegraba un círculo muy ancho donde resaltaban las cabezas de las beatas que se colocaban en primera fila. Miguel acostumbraba a introducirse en la iglesia por la puerta de la sacristía, y desde ésta, sacando un poco la cabeza, veía toda la parte iluminada del templo.
Buenos días, señores. Santos y buenos los tenga usted. El rosario terminó en seguida. D. Fermín entró en la sacristía tan altanero y furibundo como el conquistador que pone el pie en una ciudad capitulada; entró diciendo con increíble arrogancia y crueldad: Esta noche ha helado como en Diciembre; me parece que no vamos a tener fruta este año.
Palabra del Dia
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