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Actualizado: 10 de junio de 2025
Así vio pasar todo el mes de marzo y llegar abril, y sin poder embarcarse para las playas amadas, donde ya se moría como él sabría morir.
Su susceptibilidad a este respecto había aumentado, mientras escuchaba las palabras sinceras y afectuosas de Eppie. Nunca podré arrepentirme, padre mío dijo la joven . No sabría en qué pensar ni qué desear viéndome rodeada de bellas cosas a que no he estado acostumbrada.
Esta vez Ojeda dio a entender claramente su contrariedad. Aquella muchacha no aguardaba invitaciones: se convidaba a sí misma, sin consultar el humor y los recursos del dueño de la casa. Nélida le miró con ojos suplicantes. «¿No quieres que vaya?...» Si era por miedo a que la sorprendiesen, no debía tener cuidado. Sabría deslizarse sin que nadie la viese.
Si el punto á que se aplican tuviese conciencia de la accion que experimenta, podria tener una conciencia semejante al de la accion de una fuerza sola, igual á la suma de las componentes, si desconociese el modo con que se le trasmite la accion de estas; pero desde que tuviese conciencia de la accion respectiva de las mismas, sabria que el resultado se debe á la imposibilidad de que cada una de ellas produjese aisladamente el efecto respectivo.
Veleidades tenía de llamar a Frígilis, decírselo todo, ponerlo en sus manos todo.... «Frígilis, aunque era un soñador, llegado el caso tenía mejor sentido que él; sabría ser más práctico.... ¿Qué haría?». Por lo pronto seguir a Tomás a la estación. Y callar. Para hablar siempre era tiempo.
Petra.... ¡Es ella quien me hace tan desgraciado, quien me arroja en este pozo obscuro de tristeza, de donde ya no saldré aunque mate al mundo entero; aunque haga pedazos a Mesía y entierre viva a la pobre Ana!... ¡Ay, Ana también va a ser bien infeliz!». La catedral dio ocho campanadas. «¡Las ocho! Ahora debía yo despertar... y no sabría nada». Este pensamiento le avergonzó.
Aquellos hombres que pasaban afanosos, secándose el sudor de sus frentes, aquellos que con un cigarro en la boca caminaban despreocupados y tranquilos, yo los conocería en mi hora, yo sabría de las pasiones que los movían y de las esperanzas que los alentaban.
No desdeñaba los resultados, pero los colocaba muy por debajo de un capital de ideas que, según él, nadie sabría representar ni pagar. «Soy decía un obrero que trabaja con herramientas de poco costo, es verdad; pero lo que producen no tiene precio, cuando es bueno.» No se considera, pues, agradecido a nadie. Los servicios que le habían hecho los había comprado y pagádolos bien.
El Conde, en su arte, no era menos que Zadig, y daba por seguro que él sabría decir quiénes eran las dos desconocidas por el mero hecho de haberlas visto un instante; pero no quería reflexionar, no quería interrogarse sobre este punto. Otra vanidad mayor que la vanidad de ser tan experto se lo impedía.
Habéis creído mal... yo no podía casarme con vos; yo no podía daros esa suma de encantos, de nobleza, de dignidad que os ha dado vuestra esposa; yo era, yo soy una mujer perdida para el amor; lo he conocido al conoceros... al amaros he comprendido que no debía ser para vos lo que he sido para otros... quería ser más... quería ser... vuestra hermana... vuestra hermana del corazón... oíd... no vendréis á mi casa... no... eso se sabría... creerían que yo era vuestra querida... lo sabría vuestra esposa, porque conoce á muchas gentes, y entre esas gentes, que son como todas, las hay sin duda que se gozan en la desgracia ajena... esto es odioso, pero es verdad; por recatadamente que viniérais á verme, alguien os vería... ya lo creo... os sentirían mis criados... y mis criados... lo dirían, porque los criados lo dicen todo... no, no debéis, no podéis venir á mi casa, porque no podéis, no debéis herir el corazón de vuestra esposa.
Palabra del Dia
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