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Actualizado: 15 de junio de 2025
Esperanza sería más rica que Ramoncito, porque la hacienda de D. Julián era sólida y considerable; pero aquél, que tampoco estaba en la calle, tenía ya comenzada con buenos auspicios su carrera política. Los padres de la chica ni se oponían ni alentaban sus pretensiones.
Los más principales Capitanes que animaban y alentaban á los demás, fueron cuatro, debajo de cuyas banderas, sirvieron Roger de Flor Vicealmirante de Sicilia, Berenguer de Entenza, Ferran Jimenez de Arenós, ambos ricos hombres, y Berenguer de Rocafort; todos conocidos y estimados por soldados de grande opinion.
¡Un esfuerzo infructuoso en uno de esos momentos, un golpe de mar combinado con una ráfaga del huracán y.... y una línea que se abre en los abismos cerrándose inmediatamente hubiera guardado en el misterio existencias que alentaban vida, salud, amores, esperanzas, ilusiones!
Y estas influencias les alentaban para dedicar sus clamores al Sr.
Los oficiales alentaban a la marinería; ésta cargaba y disparaba las piezas que habían quedado servibles, mientras algunos se ocupaban en custodiar, teniéndoles a raya, a los ingleses, que habían sido desarmados y acorralados en el primer entrepuente. Los oficiales de esta nación, que antes eran nuestros guardianes, se habían convertido en prisioneros. Todo lo comprendí.
El médico Valdivieso y el licenciado Daza Zimbrón alentaban a Bracamonte con exclamaciones fervientes; mientras Hernán de Guillamas, que había sido procurador de Avila en las Cortes de Madrid, refería con patriótico dolor, en apoyo de don Diego, la mofa que el Rey hacía de los dictámenes de todo el reino congregado.
Parte pues, de la sublevación triunfante, se había adelantado hasta el borde del foso en tumultuosa muchedumbre. Sus gritos de júbilo llegaban claros a los oídos de Miguel de Zuheros, alentaban su valor y corroboraban su confianza.
Primitivo decía a Julián para consolarle: Una cosa es hablar, y otra hacer.... O matar a Primitivo, o entregársele a discreción: el capellán comprendía que no quedaba otro recurso. Fue un día a desahogar sus cuitas con don Eugenio, el abad de Naya, cuyos discretos pareceres le alentaban mucho.
Aquellos hombres que pasaban afanosos, secándose el sudor de sus frentes, aquellos que con un cigarro en la boca caminaban despreocupados y tranquilos, yo los conocería en mi hora, yo sabría de las pasiones que los movían y de las esperanzas que los alentaban.
Palabra del Dia
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