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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Jacobo abrió la boca para replicar, pero el pañuelo a cuadros azules y amarillos, con algunos vivitos verdes, salió a relucir, y el padre Cifuentes añadió que creía, tenía entendido, le parecía probable que la señora marquesa de Sabadell estaba a punto de salir de Biarritz, y que en el caso de no encontrarla, lo más prudente y oportuno para el señor marqués sería dirigirse a la señora marquesa de Villasis, persona muy su amiga, de grandes luces y mayores virtudes, para la cual se brindaba a darle una carta suplicándole que las tomase ella en el asunto.
Jacobo leyó todo ello con atención, mas sin sorpresa, y como si todo lo que allí se trataba le fuera conocido; tan sólo al recorrer los últimos artículos en que el nombre del marqués de Sabadell aparecía consignado, una sonrisa truhanesca entreabrió sus labios mientras murmuraba: ¡Ah, pillo!...
Zambulló la cara hasta las cejas en el gran cuello de pieles, guardóse prontamente en el bolsillo la dentadura y apretó a correr hasta llegar sin resuello a la puerta del aposento. ¡Perrrverrsa suerrte! Sabadell le seguía sin descanso, y deteníase al fin a la puerta del cuarto vecino sin osar acercársele, pero mirándole de hito en hito, extrañado, atento, receloso...
Detrás estaba la marquesa de Sabadell, arrodillada a larga distancia, sintiendo por primera vez, después de la muerte de su hijo, el consuelo inefable de las lágrimas.
Alarmada Currita, envió un recado a casa del amigo ausente, para informarse de la causa de su extraño eclipse; la respuesta del lacayo fue terminante: El señor marqués de Sabadell había salido de Madrid la noche antes.
Paróse el rey ante Jacobo y le miró sonriendo con cierta chusca malicia. ¿Qué tal, Sabadell?... ¿Y su amigo de usted, Martínez?... Me han dicho que le gustan mucho las violetas... Dígale usted que en la Casa de Campo las hay muy tempranas... Por allí iré yo el jueves, a las cuatro... Y sin añadir una palabra más volvióle la espalda.
El ministro fugitivo de Constantinopla hallábase alojado en el cuarto piso del hotel, en una habitación de doce francos diarios, harto opulenta para quien sólo contaba en el mundo con tres millones de deuda al 15 por 100, y sobrado mezquina para lo que juzgaba indispensable a su decoro el excelentísimo señor don Jacobo Téllez-Ponce Melgarejo, marqués consorte de Sabadell.
Leopoldina Pastor alborotada por ciento, proponiéndose referir a Octavio Feuillet la historia de la cadina para que escribiese un cuento original, y lamentándose de que Jacobo Sabadell no apareciese por ninguna parte, aguardándole todos tan impacientes para tributarle el justo homenaje de admiración que su novelesca aventura les inspiraba, tan distinto del frío recibimiento con que le habían acogido la víspera.
Prim murió, sin embargo, el día 30, llevándose a la tumba la clave del misterio, y tres meses después publicaba la Gaceta un real decreto nombrando al marqués de Sabadell ministro plenipotenciario de la corte de España en Constantinopla. «Me he convencido escribía al presidente del Consejo el nuevo embajador que mis disposiciones naturales son para la vida de Oriente, y pongo todas mis ilusiones en El Cairo, Bagdad, Ispaham o Constantinopla.»
Diógenes no era como Sabadell, que jamás se apeaba de su papel de gran señor, y lo mismo gastaba en boato y en caprichos en tiempo de las vacas gordas que en tiempo de las flacas, con la sola diferencia de pagar en los de aquellas y no pagar en los de estas.
Palabra del Dia
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