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Actualizado: 8 de junio de 2025
Para una de estas noches concibió y dispuso Ruiloz su plan, ideado acaso con no muy sólido fundamento, por suponer al prójimo capaz de afectos más vehementes que los por él experimentados, pero que a juicio suyo había de darle plena certidumbre de los sentimientos de Julia.
El cariño que tía y sobrina se profesaban era prueba indudable de la buena índole de ambas: las atenciones y el mimo que Julia prodigaba a doña Carmen contribuyeron mucho a que Ruiloz descubriese en la primera las cualidades que, hábilmente dirigidas, pueden ser la base de un hogar dichoso.
Avida de ambiente puro, abrió un balcón que daba al huerto, y apoyada de pechos en la barandilla, respiró con fuerza, larga y deleitosamente el aire fresco del amanecer. ¡Qué sol tan hermoso!... Y en su alma, ¡qué dulcísima paz! Ruiloz halló a la enferma igual que la víspera.
Ruiloz y Javier daban juntos largos paseos, jugaban al ajedrez y con frecuencia comía el primero en casa del segundo; de suerte que los forasteros siempre tenían cerca al médico y éste se complacía en el afable trato de la familia madrileña. Esto sucedía a principios de Agosto.
La frialdad que reinaba entre aquellas tres personas era evidente. En vano se esforzaban marido y mujer por cubrir con frases pulidas y mentidos halagos aquella tirantez; inútil era también la habilidad desplegada por doña Carmen para ocultar aquella hostilidad mal contenida. Nada de esto escapó a la penetración de Ruiloz.
Tal es la excelencia de las buenas acciones, que a veces el favor que se hace en obsequio de uno redunda en provecho de muchos, y así sucedió en este caso, porque cuando su clientela adinerada y elegante de Madrid supo que Ruiloz iba aquel año de médico a Saludes, allá se fueron tras él muchas familias de la corte; unas por tener cerca a su doctor favorito, y otras esperanzadas en que, no hallándose tan cargado de trabajo, podrían consultarle más despacio, con lo cual acudió tanta gente, que todo el verano fue agosto para el humilde lugarejo.
Ruiloz miró hacia doña Carmen para convencerse de que seguía durmiendo, y sacando del bolsillo los dos frasquitos, el del agua clara y el de agua teñida de amarillo, dijo enseñándolos a Julia y refiriéndose al segundo: Este es un medicamento de una violencia excepcional; hay que emplearlo con la mayor precaución; no hay veneno que se le iguale. ¿Y cómo se da eso?
La triste situación de esta mujer, sus gracias naturales, aumentadas con el novelesco encanto del misterio, y la particular organización del médico, que, sin duda harto de estudiar el dolor y la materia, buceaba con placer en las profundidades del espíritu, hicieron que Ruiloz se apasionase por aquella víctima de no sabia qué injusticias.
Este cambio, casi repentino, y las constantes visitas a la familia de Molínez, daban cierta apariencia de verdad a la suposición de que al doctor no le preocupaba única y exclusivamente el cuidado de un enfermo grave. La mejoría de Clotilde Molínez valió a Ruiloz muchas enhorabuenas, pero a espaldas suyas dio pábulo a grandes murmuraciones.
En una palabra, Ruiloz iba a penetrar en el alma de Julia: si ésta procuraba la muerte de Clotilde, era señal de que seguía enamorada de Javier, o de que sin amarle era rencorosa hasta la perversidad, e indigna de ser querida; si lo contrario, demostraría primero que su corazón era incapaz de venganza, y tal vez que su amor a Javier era sentimiento extinguido.
Palabra del Dia
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