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Actualizado: 8 de junio de 2025


A que resultara grata la permanencia en Saludes contribuía mucho el director facultativo, hombre de treinta o pocos más años, simpático, muy inteligente, y en quien se daban reunidas raras circunstancias y envidiables prendas. El doctor Ruiloz era el primogénito de un banquero, socio principal de la casa Ruiloz y Compañía, de Madrid.

Ruiloz procuró entretenerse un rato con doña Carmen, hasta que Javier se retiró a descansar; luego fue dejando decaer el interés de la conversación que sostenía con ella hasta verla dar cabezadas, y cuando se hubo dormido por completo fue acercándose hacia Julia, que estaba leyendo junto a un velador, encima del cual lucía la lámpara, cuya pantalla arrojaba toda la claridad sobre su gentil figura, dejando los extremos de la habitación en sombra.

Ruiloz se dio cuenta también de que doña Carmen vivía al parecer siempre atormentada por aquel drama íntimo, esforzándose en limar asperezas, evitar disensiones y alejar conflictos: ya intervenía en los diálogos para variar la conversación cuando corría peligro de agriarse, ya entraba oportunamente en las habitaciones estorbando que Julia se hallase sola con Javier o con Clotilde, ya, por último, y esto era lo que hacía con más gusto, mimaba y acariciaba a su sobrina cual si quisiera recompensarla por algún sacrificio o indemnizarla de alguna grande e inmerecida injusticia.

No hay palabras con que expresar el asombro de Ruiloz, asombro mezclado de pena, pues su primera suposición fue que Julia seguía enamorada de Javier. Trató, sin embargo, de coordinar sus pensamientos, y preguntó a la vieja: Pero dígame V.: después de todo esto, ¿cómo sigue la señorita Julia viviendo en la casa? Viven y no viven juntos.

En un principio la familia trató de quitarle de la cabeza aquel propósito, mas tan resuelto y decidido le vieron, que no hubo sino dejárselo lograr. «Aunque le falten enfermos cuentan que dijo su padre no ha de faltarle dinero, teniendo yo tanto como tengoCon la tenacidad mostrada al elegir carrera, y con la conducta que observó al estudiarla, quedaron probadas la energía y la fuerza de voluntad que Dios había puesto en el alma de Juan Ruiloz, porque sin mermar a la juventud sus fueros, ni dejar de divertirse durante aquella edad en que la alegría es media vida, fue primero modelo de estudiantes y luego espejo de médicos.

Ruiloz necesitaba saberlo, pues una cosa era para él pretender a quien sólo fue requerida de amores consintiendo en ello, y otra cosa muy distinta sería aspirar a enseñorearse de un corazón que tenía dueño, tanto más adorado cuanto más imposible era poseerlo.

Ruiloz quedó solo e inmóvil en el andén, al borde de la vía... triste, atormentado de mil cavilaciones; pero pronto abrió el alma a la esperanza, porque Julia permaneció asomada a la ventanilla hasta perderse el tren de vista en una curva que comenzaba junto a la salida de agujas.

Ruiloz les acompañó hasta la estación, donde llegaron largo rato antes de la hora de salida.

Al ponerse agitada, nerviosa, casi delirante, el frasco amarillo; y, no lo olvide V., si esa excitación no viene, dárselo es matarla. En seguida Ruiloz, aparentando la indiferencia con que suelen hablar los médicos de estas cosas, se despidió y salió, dejándola con los dos frascos sobre el velador y llena de sobresalto el alma.

Realmente, la variación sufrida por Ruiloz en poco tiempo era tal, que sólo un ciego podía dejar de observarla.

Palabra del Dia

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