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Como entrábamos en lo más espeso del bosque y el sendero era allí estrecho, dejé a Gerardo que se adelantase con Elena y retuve detrás a Luciana. ¿Fue aquella visión de la muerte lo que había rozado nuestras vidas? ¿Fue la dulzura embriagadora de la resplandeciente Naturaleza lo que dio un impulso más fuerte a la avidez de vivir y de ser feliz que yace en nosotros?

Comprendió también de dónde provenía aquella nefasta invasión, y con larga serie de juramentos en voz alta, dió su maizal por perdido. ¿Qué podía hacer Yaguaí solo? Fué al rozado, acariciando al fox-terrier, y silbó a sus perros; pero apenas los rastreadores de tigres sentían los dientes de las ratas en el hocico, chillaban, restregándolo a dos patas.

Véome envuelto, rozado, confundido dentro de ese torbellino de vellones rizados, de balidos; una verdadera marejada, en que parece que los pastores son arrastrados con su sombra por olas que saltan... Detrás de los rebaños percíbense pasos conocidos, voces alegres. La cabaña está llena, animada, ruidosa. Chisporrotean, al arder, los sarmientos formando llama.

Bien conocía aquella chaqueta; era la de su principal, la que tantas veces le había rozado al descansar paternalmente la manga sobre su hombro. Miss, saliendo de su escondite, frotábase contra sus piernas gruñendo amistosamente. Pero, en fin, ¿qué era aquello? Nada significaba el pedazo de tela. Pero ¿dónde estaba el señor Cuadros?

Esta vez me estiré en mi cama con un sentimiento de bienestar que nunca había conocido en mi vida. Todos los deseos de mi existencia me parecían colmados. Mis mejillas ardían y en mis labios tenía, todavía sensible, la picazón ligera del primer beso con que un hombre papá, naturalmente, no contaba, los hubiera rozado.

Veinticinco Säkerhets-Tandstikor, que es como si dijéramos veinticinco émulos de Cascante habían rozado el amorfo betún de la caja cuando sonaron las diez en el reloj de la cámara.

Cooper prestó la escopeta, y aún propuso ir esa noche al rozado. No hay luna objetó el peón. No importa. Suelte el perro y veremos si el mío lo sigue. Esa noche fueron al plantío. El peón soltó a su perro, y el animal se lanzó en seguida en las tinieblas del monte, en busca de un rastro. Al ver partir a su compañero, Yaguaí intentó en vano forzar la barrera de caraguatá.

Cubríale la cabeza un gorro de terciopelo negro, raído; la sotana bordada de zurcidos, pardeaba de puro vieja, y las mangas de la chaqueta que vestía debajo de la sotana relucían con el brillo triste del paño muy rozado.

Allí el fox-terrier vió cómo sus compañeros quebraban los tallos con los dientes, devorando en secos mordiscos que entraban hasta el marlo, las espigas en choclo. Hizo lo mismo; y durante una hora, en el rozado negro de árboles quemados, que la fúnebre luz del menguante volvía más espectral, los perros se movieron de aquí para allá entre las cañas, gruñéndose mutuamente.

De repente creyó la joven haber oído un ligero ruido en los cristales de la ventana, y escuchó, creyendo que, acaso, algún murciélago había rozado el vidrio con las alas. Un instante después, se renovó el mismo ruido, que pareció como de fino granizo que hirióse los cristales. Herminia miró al exterior; la noche estaba hermosa y el cielo cuajado de estrellas.