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Actualizado: 4 de junio de 2025
Sus dedos, deslizándose sobre el cuero cabelludo, estremecido aún por el roce mortal, tropezaron con dos agujeros de la pared, semejantes a pequeños embudos, que guardaban una sensación de calor. Las dos balas le habían rozado, yendo a clavarse en el muro a una distancia casi imperceptible de su cabeza.
Lo mismo le ocurría á ella al ver asegurado su bienestar, y convencerse de que su juventud marchaba hacia el ocaso. ¿Por qué no había de conocer su verdadero amor con sus penas y alegrías después de haberse rozado insensiblemente con tantos hombres?... ¡Ah mon vieux! Había que tomar la vida con serenidad filosófica. A cada cual su turno. Después intentaba consolarle hablando del pasado.
Fragoso, preocupado con la ruina del rozado y disgustos con el propietario de su tierra, no tenía humor para cazar, ni aún por hambre. Y la situación amenazaba así tornarse muy crítica, cuando una circunstancia fortuita trajo un poco de aliento a la lamentable jauría.
Y en su fuga había mirado al Sur, como todos los que navegaban en aquella cáscara de acero, presintiendo más allá del círculo oceánico renovado diariamente una tierra remozadora de existencias, donde las vidas destrozadas se contraían virginalmente lo mismo que capullos para empezar el curso de una nueva evolución. La esperanza le había rozado también con su aleteo ilusorio.
Con la lengua de fuera y los ojos entornados, asistió a la muerte progresiva de cuanto era brotación primaveral. La huerta se perdió rápidamente. El maizal pasó del verde claro a una blancura amarillenta, y a fines de Noviembre sólo quedaban de él columnitas truncas sobre la negrura desolada del rozado. La mandioca, heroica entre todas, resistía bien.
Palabra del Dia
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