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Es grisáceo; tiene cerca de dos centímetros; salta e intenta volar, y cuando cae de espaldas hace sobre el cartón un ruido sonoro de tambor. Ron, al principio, se ha azorado un poco de este estrépito.

No, señor; no, señor contestó Máximo desliendo el azúcar con la cucharilla y echando ron en el café . Si se presentan dificultades, estamos aquí.... , Sabel: una copita pequeña. En la copita pequeña escanció también ron, que paladeó mientras el café se enfriaba. El marqués le tendió la petaca llena. Muchas gracias... pronunció el médico encendiendo un habano . Por ahora estamos a ver venir.

Mas Diógenes, fijando en él sus ojos abotagados por el ron y la ginebra, con el maléfico influjo de la serpiente que magnetiza al incauto pajarillo, le preguntó con muy malos modos después de un imperioso «¡oye, Frasquita!», si era cierto que andaba en compadrazgo con Jacobito.

Se había hecho sangre una vez, pero continuaba sin hacer caso. Luego pidió al mozo que le trajese una botella de ron y un vaso grande. Llenolo hasta los bordes de este licor, y lentamente, sin hacer el menor gesto ni pestañear siquiera, lo bebió todo. Luego colocolo sobre la mesa frente al conde, y dijo gravemente: Usté no haser esto. Pasó por los ojos del magnate calavera una chispa de furor.

Aguarde usted un poco. ¿No le sabría mejor el tabaco mojando la punta en ron, pongo por caso, o en coñac? Es posible, o en un chapurradito de los dos. No había dado yo en ello, ¡vea usted! ¿Sabe usted si lo hay en casa? Respondo de que vino a ella un buen surtido de esa clase de menesteres. ¡Catana! ¡Catana!... ¡El ron y el coñac... y unas copitas con ello! Visitas

Entonces Ron, ya vuelto a la realidad, ha advertido su presencia. «He hecho una tontería» debe de haber pensado ; «tenía aquí a mi lado una mosca y yo estaba completamente distraídoInmediatamente ha retrocedido con cautela hasta separarse de la mosca cinco centímetros. Ha transcurrido un instante de espera. Ron se contrae, se repliega como un felino.

Nos metimos en la despensa y llevamos a nuestra cámara provisiones para quince días, dos barriles de vino y de ron, embutidos, carne seca, galletas; luego entramos en el pañol del pan y lo dejamos casi vacío. Arraitz, que estaba de guardia, nos avisó que la gente comenzaba a ir y venir por la cubierta. Vamos ya dijo el teniente. ¿Cerramos la despensa? le pregunté yo. No. ¿Para qué?

De repente, D. José se levantó de su asiento y salió de estampía, entre la risa y chacota de toda la partida. Maxi quiso salir detrás; pero Refugio le tiró de los faldones y le hizo sentar a su lado: «Déjalo , ¿qué te importa?». Y apareció el tumulto, por la entrada de otros Pepes; y el amo del café, que también era algo José, repartió puros y ron con marrasquino.

Y los dos se lanzaron a la caza de Carmencita, oteando febriles como dos canes buscones. No la encontraban. Andrés se iba impacientando. Para animarle, Narcisa le sirvió una incendiaria copa de ron. Luego que la hubo apurado de un trago valiente, dijo Andrés: ¡Otra!... Y la terrible señorita se la volvió a llenar. Todavía Andrés presentó la mano extendida, insistiendo: ¡Más!

El ha entrado tranquilo, indiferente, impasible; luego ha dado una vuelta con el discreto desdén de un hombre de mundo. Azorín lo observaba; esta frivolidad le ha molestado un poco. Y, sin embargo, esta frivolidad no era ficticia. He aquí la prueba: Ron, sin pensarlo, ha dado un topetazo con una mosca que se hallaba muy tranquila en medio de la caja. La mosca se ha sobresaltado un tanto.