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Actualizado: 15 de julio de 2025
Don Juan rodeó la cintura de Dorotea. Dorotea se alzó radiante de dignidad. La mujer que ama no es la impura cortesana, la torpe comedianta que vendía sus favores dijo ; respetadme, don Juan, respetad en mí lo más noble que Dios ha dado á sus criaturas: el amor y la pureza del alma. Don Juan se retiró, no confundido, sino enojado. Dorotea, pensativa y triste, guardó silencio.
Jamás se han vista en Lima procesiones tan espléndidas como las de entonces; y Lorente, en su Historia, trae la descripción de una que se trasladó desde palacio a los Desamparados, dando largo rodeo, una imagen de María que el virrey había hecho traer expresamente desde Zaragoza.
23 Y rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda flaqueza en el pueblo. 24 Y corría su fama por toda Siria; y le traían todos los que tenían mal; los tomados de diversas enfermedades y tormentos, y los endemoniados, y lunáticos, y paralíticos, y los sanaba.
Enrique, que vestía una chaquetilla elegantísima de terciopelo color granate, en los comienzos de la lidia dio, como sus compañeros, ejemplo de prudencia y circunspección. Rodeó, sí, infinitas veces la plaza, pero fue, casi siempre, por detrás de la barrera, y cuando lo hizo por delante, era tan cerquita de ella, que a cierta distancia parecía por detrás.
853 Tal vez por ese consejo y sin que mas causa hubiera, ni que otro motivo diera, me agarraron redepente y en el primer contingente me echaron a la frontera. 854 De andar persiguiendo viudas me he curao el deseo; en mil penurias me veo, mas pienso volver tal vez a ver si sabe aquel Juez lo que se ha hecho de mi rodeo.
Por su mal, era éste tan apretado y numeroso en aquel sitio, que o tenían que retroceder, dar un rodeo y volver a cruzar ante el grupo de muchachas, o aguardar una ocasión de enhebrarse por medio de la gente.
Aquel día, sin embargo, hubiera querido dar un rodeo para saborear mi contento, pero esos excesos no están en el programa e invité a mi alegría a no salirse del camino recto. ¿Y sabe usted, señor cura, por qué estaba yo tan alegre?... Porque Máximo de Cosmes ha dicho que soy bonita... ¡Qué horrible vanidad! Y por mucho que trato de ruborizarme de vergüenza, la verdad es que estoy contenta.
Una trinchera bien ancha separaba las dos mitades: por medio de la trinchera cruzaba la vía férrea. El encanto silencioso, la dulzura agreste, la amable soledad de aquel retiro habían desaparecido. D. Félix lo rodeó todo lentamente. Apoyándose en su bastón miraba con terrible insistencia aquella brecha que la piqueta del progreso había abierto en su campo.
Dominado por aquella tentación, vibrando con ella, cual un junco en el torrente, Ramiro no vio que la criada, describiendo un rodeo, se dirigía a tomar las babuchas en el hueco del muro. La mujer, al encontrarse en aquel sitio con una cabeza humana, lanzó un grito de espanto.
Aquella legión de diablos le rodeó, dando alaridos; un bastonazo le derribó la chistera tornasol, y empujón va, empujón viene, le dieron el gran manteo, entre risas y burlas. Como pelota, iba de un lado al otro, sudando, gesticulando, descompuesto. Quilito le arrancó uno de los faldones y lo izó en la punta de su bastón. ¡Basta, dejémosle! gritó Jacinto.
Palabra del Dia
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