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En la estacion de seca se pasa la noche sobre un banco de arena, teniendo á derecha é izquierda arenosos y escarpados ribazos, que minados continuamente por las aguas, suelen desplomarse con estrépito, promoviendo corpulentas oleadas que si no echan á fondo las embarcaciones, las llenan de agua, averiando los cargamentos; por lo que se ven obligados los indios á velar toda la noche, á fin de evitar semejentes daños.

A lo lejos los mismos gritos, el mismo chirriar de ruedas: cantaban las ranas en una charca inmediata; en los ribazos alborotaban los grillos, y un perro aullaba lúgubremente allá en las últimas casas del pueblo. Los campos hundíanse en los vapores de la noche.

Y las viñas extienden su sedoso tapiz de verde claro en anchos cuadros, en agudos cornijales, en estrechas bandas que presidían blancos ribazos por los que desborda la impetuosa verdura de los pámpanos. La cañada se abre en amplio collado. Entre el follaje, allá en el fondo, surge la casa con sus paredes blancas y sus techos negruzcos.

Tan preocupado estaba con sus tierras, que apenas si se fijó en la curiosidad de los vecinos. Asomando las inquietas cabezas por entre los cañares ó tendidos sobre el vientre en los ribazos, le contemplaban hombres, chicuelos y hasta mujeres de las inmediatas barracas. Batiste no hacía caso de ellos. Era la curiosidad, la expectación hostil que inspiran siempre los recién llegados.

Este barranco, que cortaba la huerta como una grieta profunda, sombrío, de aguas estancadas y putrefactas, con orillas fangosas junto á las cuales se agitaba alguna piragua medio podrida, era de un aspecto desolado y salvaje. Nadie hubiera sospechado que detrás de los altos ribazos, más allá de los juncos y los cañares, estaba la vega con su ambiente risueño y sus verdes perspectivas.

Escopetazos en medio de la calle; tiros que al anochecer relampagueaban desde el fondo de una acequia o tras los cañares o ribazos cuando el odiado enemigo regresaba del campo; alguna vez un Rabosa o un Casporra camino del cementerio con una onza de plomo dentro del pellejo, y la sed de venganza sin extinguirse, antes bien, extremándose con las nuevas generaciones, pues parecía que en las dos casas los chiquitines salían ya del vientre de sus madres tendiendo las manos a la escopeta para matar a los vecinos.

Pero este río humano que se deslizaba incesantemente, recibiendo el aporte de nuevas olas, iba dejando aguas muertas, plantas desarraigadas, troncos desmochados, en las sinuosidades de sus ribazos. Lubimoff casi saludó á ciertas personas que le miraban con afectuosa sorpresa, lo mismo que si viesen en él á un resucitado.

Pero el asesino vagó como un loco por la huerta, huyendo de las gentes, tendiéndose detrás de los ribazos, agazapándose bajo los puentecillos, escapando á través de los campos, asustado por el ladrido de los perros, hasta que al día siguiente lo sorprendió la Guardia civil durmiendo en un pajar. Durante seis meses sólo se habló en la huerta del tío Barret.

Así la corriente se dirige sin cesar de un lado á otro trazando curvas sucesivas: desde el manantial á la desembocadura, el agua no hace más que rebotar contra los dos ribazos. Las ondulaciones cóncavas y convexas alternan en toda la longitud de sus bordes: para la mirada es esto un ritmo, una música.

La blancura de la iglesia, enjalbegada de cal, con sus arcadas frescas y sus ribazos de piedra seca coronados de nopales, hacía pensar en una mezquita africana. Tenía más de fortaleza que de templo. Sus tejados estaban ocultos por el borde superior de los muros, especie de reducto sobre el cual habían asomado muchas veces escopetas y trabucos.