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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Pero, ahorcados ya los hábitos, y teniendo que declarar en seguida que Pepita era su novia y que iba a casarse con ella, D. Luis, a pesar de su carácter pacífico, de sus ensueños de humana ternura, y de las creencias religiosas que en su alma quedaban íntegras, y que repugnaban todo medio violento, no acertaba a compaginar con su dignidad el abstenerse de romper la crisma al conde desvergonzado.

Pero por ser la más moderna se había apoderado de todas, con la fuerza de la juventud. Además, los frailes, despojados de sus riquezas de otros siglos, tenían ahora que copiar los procedimientos de los jesuítas, que tanto les repugnaban en pasadas épocas. Tenían que marchar á la zaga de ellos, imitándolos para hacer dinero, guardando la actitud humilde del pobre ante el rico.

Revelábase en ella el desprecio á la carne, de los devotos fervientes; el abandono físico, la suciedad cantada como mérito celestial en la vida de muchos santos. Deseaba mortificar su carne, y su hija la veía en la mesa repeler los mejores platos, los que en otros tiempos eran más de su gusto, afirmando que ahora le repugnaban.

Su abuelo persistía en el honrado propósito de arreglar más a justicia estas cosas, que le repugnaban; pero su esfuerzo alcanzaba a poco. Por de pronto, cada día se alejaban más de la casa de su yerno, porque cada vez le eran más insoportables «las majaderías y sandeces» que observaba en ella.

Aquella ventana donde se asomaba segun nos refiere el mismo santo la venerable abadesa Isabel en el monasterio Tabanense para avisar la llegada de nuevos huéspedes ó peregrinos, podria ser quizás un ajimez con su esbelta columnilla de jaspe y sus dos arcos á la manera sarracena, puesto que consta por las muchas reminiscencias arábigas con que los religiosos prófugos de Córdoba matizaron y embellecieron la severa arquitectura de Asturias y Leon, que no repugnaban los ejemplares monges mozárabes, racionales en todo, las novedades que con ventaja para el arte y sin significacion alguna moral habian introducido sus dominadores.

Comprendía que toda la ciudad hablase de ellos; él no podía ocultar sus sentimientos. ¡Si supiera lo que le costaba aquella adoración muda! Quería arrancar de su pensamiento la devoción por ella, y no podía. Necesitaba verla, oírla; sólo vivía para ella. ¿Leer? imposible. ¿Hablar con sus amigos? Todos le repugnaban. Su casa era una cueva en la que entraba con gran esfuerzo para comer y dormir.

Al establecerse definitivamente la separación, al alejarse él para siempre, la mujer pareció agradecérselo con sus miradas, con una mayor dulzura en el trato. Era, sin duda, más feliz, libre de la asiduidad ardorosa del macho; de aquellas caricias que le repugnaban como una servidumbre cruel de su sexo.

Dale un beso a ese caballero. Adviértase que no dijo «al capitánni siquiera «a ese señor oficialTodavía sus labios civiles repugnaban dejar paso a una palabra de orden exclusivamente militar. ¡Pero papá! exclamó la hija menor, roja ya como una amapola. ¡Vamos!... profirió con la diestra extendida y en la actitud más imperativa que pudo adoptar jamás un dios jubilado. No hubo más remedio.

Era un insocial: se ahogaba dentro de la villa, le repugnaban las calles con sus aglomeraciones de personas marchando en la misma dirección. Acabó casándose con la hija de una trapera, y abandonó su oficio para abrazar el de su mujer. Pero apenas si fue con el carro a Madrid.

La idea de la reivindicación humana la entusiasmaba, los actos la repugnaban. ¿Quiso alguna vez impedir a usted que cometiera esos actos? ¿Intentó disuadirle de sus trabajos? Muchas veces. ¿De qué modo? Diciéndome que en el amor, no en el odio, está el remedio. ¿La ponía usted al corriente en sus secretos políticos? En un tiempo. ¿Y ahora no? ¿Trató ella alguna vez de sorprenderlos? ¡Oh! ¡Nunca!

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