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El buen viejo, después de haber besado a su hija, se retiró a su habitación que estaba inmediata a la en que Graciana debía cuidar a la niñita. A la una de la noche, mi tío, que dormitaba, se despertó súbitamente por una luz repentina que lo deslumbró como un relámpago, creyendo haber oído en sueños algo como un grito estridente y penetrante.

No contestó don Jacobo, la dejé en el vado Scott. No llegará hasta dentro de media hora. Dime, ¿qué tal marcha la suerte, Moreno? ¡Pésimamente mal! dijo Moreno con repentina expresión desesperada.

La esposa del millonario se sublevaba cuando oía hablar de las calaveradas de Urquiola, queriendo negarlas y acabando por defenderlas con repentina bondad. ¡Descarríos de la juventud y malos ejemplos de los muchachos que no habían sido educados en Deusto! Pero su fondo era bueno y aquello pasaría. Urquiola estaba reservado para altos destinos, ahora que se mezclaba en las luchas políticas.

Pero ¡ay! ¡es demasiado tarde... demasiado tarde! ¿Demasiado tarde? exclamé. ¿Por qué? Quedó callada. Su semblante cubriose de una repentina palidez mortal y hasta sus labios se pusieron blancos: luego la vi temblar de pies a cabeza. Repetí mi pregunta gravemente, con mis ojos fijos en ella.

Una consecuencia de esto es la extrañeza que en un principio causa á los extranjeros, acostumbrados á diversa gesticulación y traza exterior; la exageración, con frecuencia excesiva, con que se expresan las distintas emociones del alma; la movilidad extraordinaria de gestos, los rápidos contrastes en el tono y la modulación oral, el fuego y animación insólitos de los movimientos, y á menudo la transición repentina, sin las naturales gradaciones, de un afecto á otro contrario.

Había recibido una sacudida violenta; pero la impresión había sido tan repentina que aun no podía darse cuenta exacta de si era de placer o de pena. Se parecía al hombre que se ha caído de un tejado y se palpa para saber si está muerto o vivo. Mil reflexiones rápidas atravesaban confusamente su espíritu, como las antorchas que cruzan un campo sin disipar las tinieblas.

Enrique había conseguido sosegar a su hermano; no de la misma suerte a Eulalia, quien, después de alzar muchas veces la cabeza y tragárselo a miradas, se resolvió a levantarse de la butaca y acercarse disimuladamente a él y a su primito; con gran disimulo también puso la nariz sobre la cabeza de ambos, y cerciorándose de que despedían un tufo aromático muy marcado, salió repentina y apresuradamente de la estancia.

Doña Paula, ante aquella repentina aparición, se quedó un instante clavada al suelo, el rostro blanco y aterrado, la mirada atónita. Después cayó pesadamente al suelo, arrastrando en la caída a su nieta. El Duque se apresuró a levantarla. Luego, ante un gesto imperioso de Ventura, la dejó sobre el sofá y huyó. A las voces de la joven, acudieron los criados y luego Cecilia.

Y las dos, abrazadas estrechamente, se pusieron a llorar, comprendiéndose, reconciliándose, abandonadas al imperio de una de esas emociones que son como revelación repentina de una verdad generosa, y derraman su bálsamo de dulzura sobre las inquietudes y los sinsabores de la vida.

»Al segundo día de levantarse pidió un espejo. Doña Genara y yo habíamos quitado los que había en el cuarto, deseando retrasar la horrible impresión que había de sufrir, tratando al menos de que no fuese una impresión brutal y repentina. »Todas las precauciones fueron inútiles: ya sabes lo lista que es. Enseguida lo notó todo, y dándonos sus llaves, pidió un espejo de mano que tenía guardado.