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Actualizado: 16 de agosto de 2024


Yo no paro», pensaba, con escalofríos, cuando a solas comenzaba a rendirse a la evidencia. «¡A mi edad! ¡Primeriza a mi edad! ¡Qué horror! ¡Qué horror!... ¡Los huesos tan duros!...».

Al rendirse Valencia al mariscal Suchet, le habían llevado prisionero, con unos cuantos miles más, á una gran ciudad: Tolosa de Francia. Y mezclaba en la conversación, horriblemente desfiguradas, las palabras francesas que aún podía recordar después de tantos años. ¡Qué país!

Yo no podía estar allí; me ahogaba. Le dije a Dorregaray: 'mi general, no cómo usted aguanta esto', y él se alzaba de hombros, ¡poniéndome una cara...! No pasaba día sin que los lechuzos le llevaran un cuento a don Carlos. Que Dorregaray andaba en tratos con Moriones para rendirse, que Moriones le había ofrecido diez millones de reales, en fin, mil indecencias.

Discutimos largamente el punto; ella, viva, nerviosa, desatando todas las dificultades; yo, aparentando una serenidad que no tenía. Ni la anciana quería rendirse ni yo conseguía convencerla. ¡Vamos, exclamé que resuelva mi madrina! , hijo mío: contestó la anciana ¡eso me toca a ! Pepa te quiere mucho y se le hace duro que nos dejes.

Cuando la sociedad nos declara la guerra, o hay que rendirse entregándole las llaves de la plaza del alma, por otro nombre la vergüenza, o hay que tomar las de Villadiego, emigrando a la eternidad. Este es el dilema, the question, como decía el otro: o vivir sin decoro, o buscar en la muerte la imposibilidad absoluta de ruborizarse. Te desconozco. no eres yo.

¿No sabes, burro, que mi madre acaba de pegarme en ella? exclamó cada vez más fosco su primo. Quino no pudo menos de rendirse á la evidencia. Mas he aquí que al odioso Regalado se le ocurre efectuar una nueva investigación en el rostro del héroe. Como resultado de ella manifiesta con sonrisa diabólica.

Solimán, poderoso monarca de los osmanlíes, había dirigido todas sus fuerzas contra aquella isla, la cual, después de largo asedio y de una defensa pasmosamente heroica en que perecieron más de cien mil turcos, tuvo necesidad de rendirse.

EL PUEBLO. ¡La mano, la mano del maldito! EL ALCALDE. Señores, un poco de silencio. La justicia, viviente y sagrado símbolo de la Divinidad, no es una palabra vana, y esta justicia se ha impuesto como deber el rendirse a los deseos del pueblo, juicioso defensor de la religión y del trono. EL PUEBLO. ¡Viva! ¡viva! EL ALCALDE. De modo, señores, que la Junta...

»Ya sabe usted que mi amada Magdalena ocultaba bajo su melancólica apariencia un corazón que no estaba reñido con la jovialidad y la alegría. No tardamos mucho rato en venir a parar al tema eterno y hablamos del matrimonio, aunque sin hablar ni una palabra de amor. »¿Qué cualidades había que poseer para conquistar el corazón de Magdalena? ¿A qué encantos podría rendirse el mío?

Esta respondió a la voz de su jefe con un supremo esfuerzo; obligaron a rendirse a los ingleses que custodiaban el barco; enarbolaron de nuevo la bandera española, y el Santa Ana quedó libre, aunque comprometido en nueva lucha, más peligrosa quizás que la primera.

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