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Hacía memoria, igualmente, de todas las fiestas á que había asistido pasando con indiferencia ante una gran mesa llena de jarros y botellas... Y yo me decía, perturbado por la fiebre, sin dejar de marchar: «Si entonces hubieses tomado todos los bocks de cerveza, todos los refrescos gaseosos, todos los helados que te ofrecieron y despreciaste, tendrías ahora en tu cuerpo una reserva líquida importante, pudiendo resistir mejor la sed.» Y este cálculo absurdo me atormentaba como un remordimiento, hasta el punto de sentir deseos de abofetearme por mi torpeza.

Al lado de la cascada, entre ella y el grueso torrente del Dard, reside durante el verano una pobre paisana, en una humilde choza situada como un mirador sobre el alto peñascal, Su oficio es vender á los excursionistas algunos ligeros comestibles y refrescos y esa multitud de pequeñas curiosidades artísticas, vegetales y minerales que aparecen reunidas en modestos museos en todos los sitios concurridos de Saboya y Suiza.

Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos sabían hacer las cosas en grande. Cuando nació tu padre decía a su nieto , fue la última fiesta en esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagué a un confitero del Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos. De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo.

Los Ingleses nos han abierto los ojos sobre el inagotable tesoro que trae la pesca de la ballena; pues de tan remotas regiones, y á tanto riesgo, se entregan á la discrecion de los mares sin mas puertos, sin mas auxilios, ni mas refrescos que la inseguridad de los elementos, y lo que conducen sus embarcaciones.

Hay quien cree que está escondido en el pueblo: los civiles vigilan mucho los alrededores. D. Pantaleón y Moreno quedaron muy disgustados. Había fracasado su excursión. Pagaron los refrescos y salieron de la taberna. El hombre que les diera la noticia salió con ellos, y al verlos tomar el camino de Madrid, les preguntó con sorpresa: ¿Pero no iban ustedes a G...?

En esto llegamos á la Plaza, cerca de cuyo muelle hay una fragata, surta en el rio, como ya he dicho en otro lugar de, estos apuntes. ¿Una fragata? exclamó el ingeniero. Pues vamos allá. Creo que si le muestran en Paris el purgatorio, se mete dentro con medias y ligas. Fué preciso ceder. Vimos la fragata, y tomamos encima de cubierta, debajo de un elegante toldo, varios refrescos que pedimos.

En las tardes calurosas de la Línea, le bastaba dar una orden para sacudir la embrutecida modorra de las cosas y los seres. «Que suba la música y que sirvan refrescos.» Y á los pocos minutos giraban las parejas á lo largo de la cubierta, sonreían las bocas, se iluminaba en los ojos un punto brillante de ilusión y de deseo. A sus espaldas sonaba el elogio.

La fiebre amarilla reinaba, aunque no con violencia, y debo declarar que se condujo con nosotros de una manera bastante decorosa, pues, despreciando los sanos consejos de la experiencia, no sólo tomamos algunas frutas, sino que pasamos los tres días bebiendo licores y refrescos helados.

Desde la entrada del pueblo principian los puestos, las «vendimias», como dicen en Villaverde las fondas y los figones, improvisados bajo un toldo de manta, o a la sombra de una enramada. Por todas partes vendedores de frutas, de torrados, de cacahuates, de «tepache», de bizcochos y de dulces. Helados, refrescos, aguardientes, todo tiene allí salida. Hay allí cosas para todos los gustos.