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Actualizado: 2 de mayo de 2025


En fin; tómese todo el tiempo que necesite, y reflexione bien antes de resolver. Sin embargo, el oído y la atención de Carolina estaban fijos en las voces que sonaban en la entrada. De repente, se abrió la puerta y el criado anunció: La señora Galba y el señor Robinson.

Reflexione usted en las intenciones de nuestro tío Guichard y vea si le conviene sufrir las consecuencias de desobedecerle.

Esos amigos ricos y gentes de mundo arrastrarán la joven señora á sus diversiones; de suerte que se sentirá agitada y llevará una vida más intranquila y antimedical que en París. Su misión es enteramente distinta. Reflexione usted lo que la digo, señora; tenga ánimo y sea prudente.

A quien reflexione sobre el movimiento intelectual de nuestra patria en la época presente, se le ofrece de bulto la causa de esa esterilidad que nos aflige, á pesar de una actividad siempre creciente.

No digo que ese parecer sea eminentemente práctico... Pero, en fin dijo el cura moviendo la cabeza, no podemos menos de reconocerle cierta prudencia... La abuela se estremeció, y yo me eché a reír. Sin aconsejar a Magdalena que llevé las cosas tan lejos, es bueno, sin embargo, que reflexione, y mucho, antes de contraer los lazos sagrados del matrimonio.

Reflexioné un tanto, y pensé que si yo dirigiera mi discurso a vuestro padrino, sería, más o menos, como si os lo dirigiera a vos mismo. He venido, pues, señor cura, a rogaros tengáis la bondad de escucharme. Cuando vine aquí traía una buena dósis de valor; pero ya se me acaba, y quisiera deciros aún ciertas cosas... las más importantes.

Todavía no, señora. Magdalena está en el período de la reflexión. Admito que reflexione sobre tal o cual pretendiente, señor cura, pero sobre el matrimonio... sobre el matrimonio... San Pablo, señora... No me hable usted de San Pablo, por amor de Dios dijo la abuela con agitación.

En fin, sobrina, convéncete de que te he hablado seriamente; vete y reflexiona. Comprendí que no se podía tomar a broma este formidable reto. Me encerré en mi cuarto donde reflexioné veintiocho minutos y medio, durante los cuales sentí germinar en mi corazón el loable deseo de trabar relación con la mesura.

Son tantas las cosas que he debido hacer y no he hecho, con menos riesgos para otros y menos temores de mi parte... ¡Arriesgar la propia existencia no vale nada; comprometer la libertad es algo más grave; pero casarse y ser árbitro de la libertad y de la dicha de una mujer!... Hace ya muchos años reflexioné sobre ese asunto y la conclusión fue que me abstendría.

Cuando me acordé de las asociaciones venerables que había de ver tan poco tiempo y echar de menos tantas veces, cuando reflexioné sobre esa revolución sin ejemplo que las había devorado en su carrera de fuego, como para arrebatar a las personas honradas hasta la esperanza de un consuelo posible, cuando yo me dije, en la intimidad de mi corazón: «Este lugar hubiera sido tu refugio, pero no te han dejado nada; sufrir y morir, tal es tu destino», ¡oh! cuán grandes y conmovedores me aparecieron los pensamientos que presidieron la inauguración de esos claustros, cuando la sociedad, pasando de los horrores de una civilización excesiva a los horrores infinitamente más tolerables de la barbarie, y en esta hipótesis en que el retorno al estado de la naturaleza y hasta del gobierno patriarcal no era más que la quimera de algunos espíritus exaltados, esos hombres de una austera virtud y de un carácter augusto erigieron, como el depósito de toda la moral humana, las primeras constituciones monásticas.

Palabra del Dia

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