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Después tomó al joven por el brazo, y atrayéndole suavemente, dijo: Vamos, no entraremos más en este sepulcro. Usted no debe salir, no puede salir. ¿Qué dirán esas señoras? Cálmese usted, por Dios, y reflexione.... Vamos. ¿Adonde hemos de ir? ¡Los dos! ¿No ve usted que eso es imposible? ¿Para qué? ¿Para qué nos vamos juntos? Al oír esto, la devota se conmovió de pies á cabeza.

Y de paso se convencerá usted de la alegría que yo experimentaré al saber que no han de verla otra vez medio desnuda... y reflexione usted un poco sobre qué clase de sentimiento será el que me inspira para que yo piense todo esto.

, tiene Vd. razón; comprendo que hago mal; no he debido venir hoy a este cuarto; pero es que yo soy tan leal como usted. Usted quiere que crea en su sinceridad; yo también tengo derecho a exigir que no me tache Vd. de coqueta ni piense Vd. que soy capaz de divertirme en humillarle. Reflexione Vd. lo que dice, señorita.

Pero el ardoroso profesor siguió hablando: Yo no le exijo que me responda inmediatamente. Confieso que esta manifestación de mis sentimientos es un poco violenta y que usted no la esperaba. A no ser por el peligro que le amenaza, me hubiese abstenido de hablarle de esto en mucho tiempo. Pero, en fin, lo que yo debía decir ya está dicho. Reflexione usted, consulte su corazón; esperaré su respuesta.

Lo creo, señorita; pero debo decirle que en esa historieta, muy inocente sin duda de parte suya, pero que probablemente lo será menos de la otra, aventura usted muy gravemente su reputación y su reposo. Suplícole que lo reflexione, y al mismo tiempo, que esté muy segura de que nadie sino usted oirá jamás una palabra de mi boca sobre este asunto.

Por mucho que se esforzara para leer lo que había en mi alma, estaba bien seguro de que nada descubriría; pero comprendiendo que algo buscaba, y aunque no acababa de adivinar cuáles podían ser los sentimientos, muy presumibles, que Oliverio me suponía, viéndome objeto de tal investigación reflexioné y surgió en una sospecha que me llenó de turbación.

Me estremecí y en seguida sentí que una gran laxitud me invadía. Me pareció que iba a caerme delante de la cama y a llorar, a llorar hasta rendir el alma. En ese momento se oyeron en la habitación contigua los gritos del pequeñuelo que se había despertado y reclamaba a su nodriza. Respiré largamente y reflexioné acerca de misma y de los deberes que me incumbían. ¿Oyes, Marta? grité.

Ahora reflexione el aficionado á relaciones de viajes, el caso que debe hacer de las detalladas noticias sobre un pais de muchos millares de leguas cuadradas descrito por un viajero que le ha observado de la susodicha manera. «El que lo ha visto de cerca lo dice, así será sin asomo de dudade esta suerte hablas, ó crédulo lector, pensando que en recoger aquellas noticias ha puesto tu guia gran trabajo y cuidado; pues yo te diré lo que podria muy bien haber sucedido, y otra vez no te dejarás engañar con tanta facilidad.

Pedí perdón a doña Augusta, aceptando humildemente la comida que se dignó servirme; y pasé esta primera noche de riqueza, bostezando sobre el lecho solitario, mientras fuera, el alegre Conceiro, el mezquino teniente con veinte duros de sueldo mensuales, reía con la viola un alegre «fado». A la mañana siguiente, mientras me afeitaban, reflexioné sobre el origen de mi riqueza.

La idea de la lengua de vaca comenzó a hacerme cosquillas nuevamente. Reflexioné largo rato acerca de los medios oportunos para no trabar conocimiento con este precioso artefacto de la industria nacional. Al fin, di con uno. Se me ocurrió que lo mejor era desagraviar al Naranjero con un acto que mostrase que la escena de la tarde anterior había sido ocasionada por la borrachera.