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Actualizado: 25 de junio de 2025
Entonces recordé que las caviteñas se llaman andaluzas, conociendo á Cavite por el nombre de la Isla y á San Roque por el del Puerto, siendo tan marineras y tan resaladísimas las dichosas niñas, que en una ocasión una de aquellas, que veía que á un chiquillo lo iba á tirar el caballo que montaba, le gritó: ¡Fondea, muchacho, fondea!
He hecho mal le dijo , sí, sí... debí reflexionar. No hay ninguna prueba contra vos, Jacobo. Pero vos sois la persona que más ha entrado en mi casa. Por eso fue que os recordé. No os acuso. No quiero acusar a nadie.
Recordé cosas y sucesos pasados; evoqué memorias dolorosas de la niñez, pesares y amarguras infantiles; los tristes días de colegio, las melancolías del primer amor. Uno a uno desfilaron delante de mí parientes cariñosos, fieles servidores, amigos nunca olvidados.
Recordé que aquel viejo era el mismo que encontramos Recalde y yo cuando, después de nuestra expedición al Stella Maris, anduvimos buscando al que tenía la llave de la lancha que solía estar atada en la punta del Faro. Pregunté al viejo cuándo volvería el señor, y me dijo que por la tarde, a eso de las cinco.
Yo pensé que si don Guillén perseveraba en aquel modo de espíritu, no proseguiría narrándome la interioridad de su vida. Recordé lo que él me había dicho la noche anterior: que su padre, Apolonio, creía, de conformidad con la sapiencia búdica, que cada hombre lleva su destino escrito en la frente, con caracteres invisibles.
Recordé el inmenso cuidado que había tenido con esa bolsita que yacía vacía sobre la mesa, y la negligente confianza con que me la había mostrado esa noche en que no era más que un vagabundo sin hogar que andaba recorriendo los caminos en busca de los molinetes. Mientras la tenía en su mano mostrándomela, había visto brillar sus ojos con una luz viva de esperanza y anticipación.
Quiero decir, en lenguaje vulgar, que al salir a la calle recordé que don Telesforo Rodríguez, el profesor del Seminario, me ha pedido un libro que hace tiempo te presté: Nicolai Garciae; tractatus de beneficiis. ¿Lo has leído ya? ¿Puedo llevármelo? Porque si no lo has leído todavía, no me lo llevo. Tú has de sacar más provecho que don Telesforo, seguramente.
¡En Lucca! repetí. ¡Ah! pero Lucca no es Florencia. Sin embargo, recordé de pronto que la carta fijaba claramente la hora de las vísperas para la entrevista. Por lo tanto, el lugar convenido debía ser, ciertamente, una iglesia. ¿No conoce alguna otra iglesia de San Frediano? le pregunté. Sólo la de Lucca.
Aquel silencio y aquella soledad elevaron hasta el colmo el sentimiento súbito que me venía de la vida, de su grandeza, de su plenitud y de su intensidad. Recordé lo que había sufrido, entre las multitudes o en mi casa, siempre aislado y sintiéndome perdido, en la medianía, y continuamente abandonado.
»¡Olga! exclamo. ¿Has podido pensar eso de mí? ¿No te acuerdas?... »Y lo que le recordé fue cierta noche, en casa de su padre, cuando fui a pedir la mano de Marta y en que estuve a punto de retirarme tristemente con una negativa, pues Marta quería sacrificarse y sacrificar su dicha, para que yo pudiera elegir a otra.
Palabra del Dia
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