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Actualizado: 5 de junio de 2025


Llegamos á su pueblo de improviso: salieron de sus casas á recibirnos de paz con sus arcos y flechas; pero levantándose pendencia entre ellos y los Cários, disparamos la artilleria, matando mucho número: cautivamos cerca de 2,000 muchachos y muchachas, saqueamos el pueblo, y ejecutado lo referido, con gran injuria de aquellos pobres indios que tan bien nos habian tratado, volvimos al Adelantado, que aprobó lo hecho; y viendo la mayor parte de su gente enferma y flaca, y la poca aficion que le tenian, se volvió con ella, por el rio Paraguay, á la ciudad de la Asumpcion, donde le repitieron las calenturas, y en catorce dias no salió de casa, mas por soberbia que por su enfermedad: tratando mal y con poca decencia á los soldados, que debiera tratar apaciblemente; dando sin aspereza las órdenes, respondiendo á todos con mansedumbre, haciéndoles creer que era mas prudente y virtuoso que los súbditos.

Salió el cacique del pueblo á recibirnos de paz, acompañado de gran multitud de indios, rogando encarecidamente al general, escusase entrar en el pueblo, poniendo su real en el sitio donde nos recibió.

Subimos por la avenida que conducía a la villa Tarlein y apenas pudo oírse desde ésta el paso de los caballos, salió Sarto apresuradamente a recibirnos. ¡Gracias a Dios que vuelve usted sano y salvo! exclamó. ¿No ha asomado ninguno de ellos por el camino? ¿De quiénes habla usted, coronel? pregunté, echando pie a tierra. Nos llevó a un lado, para que no lo oyesen los lacayos.

Estando una legua distante del pueblo, situado á cuatro del rio, salieron sus indios á recibirnos, convidándonos, en lengua española, de que al principio nos espantamos. Preguntámosles, qué señor tenian, y quien era su corregidor? Respondieron que eran de cierto noble español, llamado Pedro Anzures.

Eso es dijo don José tras una vacilación, como si pesase la palabra no comprendiéndola bien . Más clásico, más con arreglo al país, y por esto las personas buenas y sencillas que no se curan de modas deben recibirnos mejor a nosotros que a esos sacerdotes extranjeros que parecen gente de teatro.

Era una construcción de un solo piso, toda de madera. Salió a recibirnos un hombrecillo con modesta librea, y la única otra persona que allí habitaba era una vieja, la madre de Juan, el guardabosque del Duque, según averigüé después. ¿Está lista la cena, José? preguntó el Rey. El hombrecillo contestó que todo estaba pronto y no tardamos en sentarnos a una mesa abundantemente servida.

Sin embargo, usted me exigió que viniera... ¡Ah! ¿lo tomó usted como sacrificio? ¡Valentina!... ¡Si yo pudiera decirle todo lo feliz que usted me ha hecho! Entremos, Julio me repuso, poniéndose seria; y en ese momento la familia salía a recibirnos, y Valentina, abrazando a su madre, le decía: Mira, qué flores, mamá, ¿no es verdad que son divinas?

Marchamos de mañana, y habiendo caminado á distancia de 6 leguas, poco mas ó menos, estando inmediatos á una laguna, llegó Francisco Almiron y Luis Ponce, intérpretes que llevabamos de nuestra parte, y dijeron al Comandante de parte de dicho Lincon y demas caciques, hiciesemos alto, que querian recibirnos en aquel parage.

Palabra del Dia

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