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Actualizado: 13 de junio de 2025
No, Rocchio, no dijo la señora, rechazando este nombre con igual alarma que el primero. A todo estoy preparada, señor Robert contestó misia Casilda suspirando. Y el inglés fué a extender la receta, como decía él con amarga ironía y la entregó a la tía de Quilito. Calle de Santa Fe leyó ésta; lejitos es; tomaré el tranvía. Señor Robert, muchas gracias...
De lo demás.... Arréglese usted como quiera.... Lleva usted plenos poderes. ¡Ya lo creo que los llevaba! ¡Así llevase también alguna receta eficaz para servirse de ellos! Investido de autoridad omnímoda, Julián sentía en el fondo del alma una especie de compasión por la desvergonzada manceba y el hijo espurio.
También le había molestado a él con un sordo dolor, desde la última entrevista, pero tenía de su parte la resignación y el rezo, y callándose un momento, a fin de que el maestro pudiese escribir en su libro de memorias una receta que le dictó para curar la sorda intermitencia, el señor Mac Sangley acabó por informarse de la respetable señora Morfeo.
Pues si la receta no falla ni en naturalezas míseras y enclenques y de mal enderezados pensamientos, ¡qué prodigios no obrará en la tuya, que es modelo de naturalezas ricas, nobles y bien equilibradas?
Me contesta el doctor, que está con él, y dice que para ver que él no es tan simple, lea yo su receta, que, después de bien estudiada, ha puesto doña Rita bajo la peana de aquel reloj de chimenea. Veamos.
Receta tras receta, el enfermo consumió mi capa, después mi levita... mis calzones se convirtieron en píldoras.... Pero mis amos no me abandonaban... volví a tener ropa y mi hermano salió a la calle. El médico me dijo: «que vaya a convalecer al campo...» Yo medité... ¿Campo dijiste? Que vaya a la escuela de Minas. Mi hermano era gran matemático.
Prepare usted el regaliz y el mucílago de goma arábiga. Receta de cuidado. Mucho ojo... Le digo a usted que no hay ciencia más sublime que la Farmacia. ¡Cuánto más bonita que averiguar si hubo o no tantas o cuántas docenas de dioses! Vamos allá; mucho cuidado con este precioso mercurial. Aviado estará el enfermo para quien sea. No, no le arriendo la ganancia.
Así se fueron otras dos joyas que don Manuel había estimado mucho, y mostraba con la fruición de un goloso que se complace traviesamente en hacer gustar a sus amigos un plato cuya receta está decidido a no dejarles conocer jamás: un estudio en madera de la cabeza de San Francisco, de Alonso Cano, y un dibujo de Goya, con lápiz rojo, dulce como una cabeza del mismo Rafael.
Estaba vestido, conservando las mismas ropas, mojadas por la lluvia de la noche anterior. Una pulmonía de padre y señor mío dijo el doctor arrojando la cerilla y saliendo del camastro otra vez de rodillas. Afuera, junto al fogón, escribió una receta en una hoja de su cartera, encargando al pobre pinche, que después de la visita parecía más tranquilo, que bajase por los medicamentos al hospital.
Esa salsa picante es el cáustico que se pone sobre un tumor; es el cauterio que se aplica á una llaga; es la fuente que se abre á un ético; es la cantárida que se receta á un pecho podrido. Ya no basta el sér de las cosas, y se busca el sér de los adobos. No basta la verdad, y hay que acudir á la mentira. No basta la naturaleza, y tienen que implorar la ayuda de la mágia.
Palabra del Dia
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