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Yo soy siempre cruel con el cobarde, más no hace caso ¡por Dios! de los poetas: somos locos enfermos de la vida y es que para curar nuestro pensar suicida la sociedad no encuentra una receta. ...................................... Tenéis derecho a vuestra dicha de hoy; pues que es la libertad a cambio de amor.

En fin, el elástico perdon que aquí se estila, es la receta universal, la carta blanca, el salvo-conducto que tienen los franceses para hacer cuanto se les antoja, cuanto se les pone en el magín, sin peligro ni responsabilidad de ningun género, y hasta sin el inconveniente de faltar á las reglas urbanas.

Costumbres. Enfermedades y entierros. El orimon. Creencias del indio. El mediquillo. Confección de una receta. El constructor de cigarrillos. Dos respiraciones. El frío y el calor. Muerte de cabezang Pedro. Al hoyo y ... talagá nang Dios. La casa por concluir. Dolor de embarazo. Las plegarias y la Orden tercera. Las listas del presente. El panalañgin. El sentimiento y el estómago. Inoac y sayos.

A su cabecera tiene a un hombre bien vestido, un bastón en una mano, una receta en la otra: o la tomas, o te pego. Aquí tienes la salud, parece decirle, yo sano los males, yo los conozco; observa con qué seriedad lo dice; parece que lo cree él mismo; parece perdonarle la vida que se le escapa ya al infeliz. No hay cuidado, sale diciendo; ya sube en su bombé; ¿oyes el chasquido del látigo? .

Y esto diciendo, se echó el capuchón hacia atrás, y Príncipe vio el negro cabello y los atrevidos ojos de Catalina de Corlear. No quiera usted inquirir más. Yo soy el médico, y he aquí mi receta. Y señaló a Carolina que temblorosa y sollozando se acurrucaba en un ángulo del aposento. ¡Debo tomarla inmediatamente! Pero, ¿es que su madre ha dado ya el permiso?

Nada le falta: pagamos un médico acaso superior a nuestros recursos; mamá o Leo van en persona a la botica; no se escatima receta, por cara que cueste; con la mayor puntualidad se le da cuanto ha de tomar... y lo que vale más, respira una atmósfera de ternura y cariño que echarán de menos muchos más afortunados. Ahora tengo esperanzas de poder sacarle a paseo algunas tardes en un simón.

No había entusiasmo ni embriaguez revolucionaria, ni amenazas. La República entraba para cubrir la vacante del Trono, como por disposición testamentaria. No la acompañaron las brutalidades, pero tampoco las victorias. Diríase que había venido de la botica tras la receta del médico. Se le aceptaba como un brebaje de ignorado sabor, del cual no se espera ni salud ni muerte.

Y no acababan de caer en la cuenta del engaño, aun viendo por experiencia que no aprovechaba nada para escaparse de la muerte esta receta.

El descubrimiento fue completo cuando encontraron en el jardín, en el suelo, entre unos matorrales de oxiacanto, los fragmentos de un frasco, en cuyo cuello una parte del veneno disuelto había dejado un reguero blanco, de cambiantes reflejos. Manifiestamente, había sido arrojado por la ventana, y tenía aún el rótulo que indicaba, con la fecha de la receta, la manera de tomar la poción.

Amos, cuéntaselo al Nuncio, que aquí no nos tragamos esas papas... Yo no te digo que no sea posible... y si supiera yo hacer la prueba, la haría, con mil pares... Vuélveme a decir la receta de lo que ha de comprar una sin hablar...».