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Allí estaba, en efecto, la semana pasada; pero he hecho un rodeo para visitar esa famosa isla de Jersey que los ingleses consideran como la octava maravilla del mundo por la única razón de que tiene el honor de ser inglesa, y también para comprobar el efecto de mi receta, pues sabe usted, señora de Raynal, que pretendo ser su médico de cabecera.

Pues a me gusta la receta de Su Eminencia, especialmente lo del pan, pues el Catecismo maldito si hace falta, ya que todos lo aprendemos de pequeños. El perrero mostraba cada vez más entusiasmo hablando de su príncipe.

Los mancebos que trabajaban detrás del mostrador, el uno triturando cierta sustancia fétida, y el otro copiando una receta, se miraron, se hicieron una seña de inteligencia, que no pasó inadvertida para , y de buenas a primeras me preguntaron por qué causa me «había despedido» el jurisconsulto.

Total, incluso manutención, obra de la alcoba, etc., según el estado de mi bolsillo y cartera, cerca del doble de lo que, en igual tiempo, gasto en Madrid con carruaje y espectáculos. »Veamos ahora mi expedición por la parte instructiva, por la del estudio, para el cual se receta siempre el campo.

Al cabo de pocos días, Rosario Calvo, que no había puesto los pies en su vida en casa de las de Meré, aparecía por allí y era tertuliana asidua. ¿Cómo se habían arreglado aquéllas para atraérsela? No es fácil averiguarlo, pero tantas veces habían llevado a término ya empresas análogas, que de seguro poseían una receta simple y segura.

Yo hacía llevar de Cádiz embotellada la pescadilla: conservábase muy bien con un específico que inventé, cuya receta tengo en casa. Maravilloso. ¿Y reformó usted la Artillería inglesa? preguntó mi amo, alentándole a seguir, porque le divertía mucho. Completamente.

Allá en un rincón el médico de cabecera escribía una receta. Al divisar a su hija, la duquesa volvió los ojos hacia ella con expresión de ansiedad y extendió una mano para llamarla. Acércate, hija mía dijo con voz bastante clara.

respondí en un impulso de sinceridad. Pero mi decepción está tan reciente que... ¿Quiere usted una receta para curarla? ¿Una receta? pregunté sonriendo esta vez, con gran contento de la abuela. Démela usted pronto, señor cura, pues bastante la necesito... No penar en lo que se sufre, sino en lo que sufren los demás... Esta es mi receta. Pero... es una receta de solteronas exclamé.

No llore más, hija mía... ¡Cristo del Grao! ¡llorar una señora tan guapa, que puede encontrar los novios á docenas!... Créame: busque á otro; el mundo está lleno de hombres sin ocupación... Y siempre que sufra un disgusto, acuda á mi cordial... Voy á darle la receta.

-Si eso hay -dijo Panza-, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa, en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me la receta de ese estremado licor; que para tengo que valdrá la onza adondequiera más de a dos reales, y no he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente.