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De este modo no había ninguna alarma en la de Candore, ninguna desconfianza en la institutriz, y Raúl llegaba pacíficamente a sus fines por caminos de travesía. A principio del verano la salud de la señora de Raynal se alteró sensiblemente.

Llevada de este sentimiento de la propia suficiencia, inicia la revolución con una audacia sin ejemplo, la lleva por todas partes, se cree encargada de lo Alto de la realización de una grande obra. El Contrato Social vuela de mano en mano; Mably y Raynal son los oráculos de la prensa; Robespierre y la Convención, los modelos.

La de Raynal manifestaba una alegría de niña; encontrábase en su elemento y recibía con majestuosa condescendencia, digna de la condesa, los homenajes de la jardinera, que cuidaba el inmueble y que fue a ponerse a las órdenes de los «parientes» de sus propietarios, como aquellas señoras habían sido designadas, por una ingeniosa delicadeza, en la carta anunciando su llegada y poniendo generosamente la casa a su disposición por todo el mes de julio.

El joven reservaba todas sus atenciones para la señora de Raynal y todas sus felicitaciones a Blanca, y ese homenaje indirecto al mérito de la institutriz y a su abnegación filial valía más que la más delicada adulación. ¡Qué metamorfosis en mi hermana! decía algunas veces. ¿No le parece a usted, señorita? Hasta aquí no era más que una niña.

Mientras que la señora de Raynal, muy atareada, subía de la cueva al desván, visitaba el jardinillo y la casa, tan modestos el uno como la otra, empujando los muebles, revolviendo los armarios, vaciando los baúles, registrando los paquetes, lamentándose por la pérdida presumida de algún chisme heteróclito, más sentido cuanto menos valía; mientras aturdía a la zafia criada que abría unos ojos y unas orejas tamaños ante aquel desembalaje de objetos desconocidos y de nombres raros, como samowar, checchia, etcétera.

Neris, con una coquetería de anciano, desplegó todas las seducciones de un espíritu todavía joven y siempre amable evocando los lejanos recuerdos del tiempo en que, joven, bella y amada, la de Raynal se le había aparecido radiante del brazo de su esposo bajo aquel hermoso cielo de África... ¡Casi el cielo natal! suspiraba con una sonrisa melancólica en los labios!

En primer lugar, cierto señor Darling, tío y tutor de una riquísima americana, actualmente en el castillo de Argicourt, y que parece querer muy bien a nuestro africano, a quien encontró en el curso de un viaje a Argelia, donde les prestó un señalado servicio... Y además... Además el conde de Candore, apasionado de la joven miss y a quien los laureles del capitán Raynal impiden dormir.

Fue aquel para la de Raynal un período de alivio y de calma.

Yo mato aún con limpieza una liebre cuando se me antoja, y pienso festejar mis bodas de oro con mi despacho cuando la señorita Raynal festeje las de plata con la oficina de Correos. Al oír este nombre, un fugitivo rubor coloreó la graciosa cara de Eva. Tiene usted una encantadora vecina dijo con convicción. ¿A quién se lo cuenta usted, señorita? exclamó alegremente el señor Neris.

Pero se calló porque la señorita Raynal entraba a su vez en el despacho. El señor Hardoin está ocupado, señorita. Lo , me está esperando... La puerta se había abierto, y el notario dejaba paso a Liette, con gran asombro de los pasantes. Amigos míos, esto huele a quinto acto exclamó el supuesto «boulevardier». El conde no había acudido a la cita del notario sin una secreta aprensión.