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Como que acabadita de oírse llamar con las denominaciones más injuriosas y de recibir un pellizco que le atenazaba la carne, poníase detrás de su ama a hacer visajes y a sacar la lengua, mientras se rascaba el brazo dolorido. «Si creerás que no te estoy viendo, bribona» decía doña Lupe sin volverse, entre risueña y enojada. Y no se podía pasar sin ella.

Tales palabras, y cuanto pasaba aquel día le hacían felicísimo; pero en lo profundo de su alma sentía una extraña inquietud, como si se hubiera olvidado de algo muy grave y no pudiera recordarlo, a pesar de todos sus esfuerzos. En su ir y venir incansable se detenía a veces y se rascaba, con aire preocupado, la frente. Con frecuencia le pedía órdenes a la enfermera.

En otro rincon roncaba un hombre, con ese estertor característico del sueño brutal de la embriaguez, tirado como un tronco negro, y á su lado se rascaba un perro que empezó á gruñir con desconfianza al vernos aparecer sobre la cima de la escalera. Cuando saqué la cabeza al aire ménos infecto de la callejuela, sentí como si me hubiesen sometido á la accion mortal de una máquina neumática....

Ella que estaba persuadida de haber hecho una conquista... se le alargó la nariz más de lo que la tiene, que no es poco.... ¡ja, ja!... La risa de la anémica se volvió tos, una tosecilla que le rascaba la garganta y la sofocaba, obligándola a sentarse en un banco rústico de los muchos que en el parque había.

Jerónimo, en pie detrás de Catalina, con las manos cruzadas sobre un garrote, casi tocaba el carcomido techo con su gorro de piel de nutria. Todos estaban tristes y desanimados. Hexe-Baizel, que levantaba de vez en cuando la tapadera de una olla, y el doctor Lorquin, que rascaba la cal de la pared con la punta de su sable, eran los únicos que conservaban su aspecto habitual.

Ello provenía quizás de un extraño giro que la fiebre tomaba, y que se manifestó a la mañana siguiente en un rojo sarpullo en brazos y piernas. El infeliz se rascaba con desesperación, y Benina le llevó a la calle, con la esperanza de que el aire libre y el ejercicio le servirían de alivio.

Una ternura conmovedora se apoderó de la asistencia. Cada uno se rascaba los chichones o se arreglaba los rasguños del traje, mirando amorosamente al vecino. Argentinos y chilenos cruzaban as copas con ruidosa fraternidad. ¡No más Andes! ¡Ellos solos se bastaban para comerse el mundo! Y súbitamente coligados, miraban a los demás fieramente. ¿Y qué decían los demás? preguntó Ojeda.

Ahora está usted como quiere, Sr. de Platón, según he oído, ganando unos grandes dinerales con la pintura. Defendemos el santo garbanzo, señora... Yo me alegro por diferentes motivos, pues estando usted tan en grande no se le ocurrirá engañar a la gente. Izquierdo se rascaba una oreja, y la habría dado porque la santa mudara de conversación. Si la señora quiere, no miremos pa tras.

El caso es... y se rascaba una oreja el señor conserje como no hay costumbre.... ¿Costumbre de qué? En fin, buscaré la llave. El conserje daba media vuelta y marchaba a paso de tortuga.

Sus carcajadas se oían desde la calle cuando repetía la adivinanza, sin que el otro la pudiera acertar. Maximiliano se rascaba la cabeza, aguzando su entendimiento; pero la solución no salía. Papitos le llamaba zote, bruto y otras cosas peores sin que él se ofendiera.