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Actualizado: 24 de junio de 2025
Pepe el cobrador relatábale las costumbres y rarezas de aquellas gentes, a las que él llamaba «su ganado». Existían dos grandes divisiones en el vecindario de las Cambroneras, cuyos límites nunca llegaban a confundirse; a un lado los payos, que eran los menos, y al otro los gitanos, que constituían la mayor parte de la población.
Era un manojo de nervios siempre vibrantes, y tenía tales ilusiones y rarezas que sus condiscípulos lo tenían por destornillado; pero su inteligencia fue vivísima y sutil, su cuerpo frágil se estremecía con las más delicadas emociones, y sus versos son de incomparable hermosura. Byron fue otro genio extraordinario y errante de la misma época de Shelley y de Keats.
Chistes, rarezas y exquisiteces por el estilo hay en los escritores y en los artistas de todas las nacionalidades, pero en los franceses se notan más a menudo.
Tal vez el que tuvo menos rarezas entre todos los príncipes de aquella familia, el más juicioso y razonable, el que más amó a su patria y el que procuró su grandeza con mayor tenacidad, consecuencia y estudio fue el rey Don Felipe.
Mira que Clara no siente hoy la vocación religiosa por causa de su madre. Me importa poco que sea hoy ó ayer cuando su madre le ha dado la ponzoña. El corazón me dice que las rarezas, que los extravíos de Clara provienen del tormento espiritual que le está dando su madre desde que la niña tiene uso de razón. Esto es menester que acabe.
Y esto lo he pensado, Muñoz, no solamente ahora, sino hasta cuando ella se moría por usted. Nunca me pareció que se moría por mí, repuso Muñoz. Al contrario, Charito, ni cuando decía quererme. ¡Porque ella todo lo calcula! Y en su afán de rarezas, hasta suele disimular su cariño, ese cariño que ella empieza a sentir por cualquiera, pero que se le va con la misma facilidad.
En Trembles siempre era recibido con mucho cariño, y Domingo le perdonaba la mayor parte de sus rarezas en gracia a la vieja amistad que les unía, y en la cual D'Orsel ponía, por cierto, todo lo que le quedaba de corazón.
Piadosa y mundana, muy sencilla, pero muy preocupada, perfecta en todo hasta en sus leves rarezas había arreglado su vida en concordancia con dos principios que, según decía, eran virtudes de familia: la devoción a las leyes de la Iglesia y el respeto a las del mundo; y tal era la fácil naturalidad que ponía en el cumplimiento de esos deberes, que su piedad, muy sincera, parecía no ser otra cosa que un nuevo ejemplo de la corrección de su trato.
Con el sucio pañuelo de hierbas en la mano, accionaban dando gritos ante el mostrador de Espantagosos; pero las rarezas de aquel señorito que hablaba solo y miraba al balcón de enfrente llamaron su atención, y con la cariñosa insolencia de los borrachos alegres, pusiéronse a contemplarle, riendo de sus gestos dolorosos.
¡No! ¡No, Muñoz! exclamó sin atinar con lo que decía. ¡Si no ha venido el cura todavía! Y llamó gritando a Raquel. Muñoz retrocedió asombrado, inquieto. La sintió, como en otros tiempos, protegida por un gran resplandor. ¿Vuelve a despreciarme, ahora? Ella ensayó una explicación. Y dirigiéndose a Raquel que acudía: Te llamé... para que le digas que no debe sorprenderse de algunas rarezas mías.
Palabra del Dia
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