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Actualizado: 14 de julio de 2025


¡Ay, ay! ¡Tan honrado y buen cristiano! y el difunto había sido, por sus picardías y por lo encallecida que traía la conciencia, digno de morir en alto puesto, es decir, en la horca. Y por este tono eran las jeremiadas. No concluía aquí la misión de las lloronas. Quedaba aún el rabo por desollar; esto es, la ceremonia de recibir el duelo en casa del difunto durante treinta noches.

Y tirando del ronzal de una vaca rubia, que llevaba pegado al rabo como amoroso satélite un ternerillo juguetón, volvía á la ciudad con la varita bajo el brazo y la medida de estaño para servir á los clientes.

Los dos mastines que guardaban durante la noche los alrededores de la torre de Marchamalo, cesaron de dormitar bajo las arcadas de la casa de los lagares, con el cuerpo en círculo, apoyando en el rabo las feroces mandíbulas.

Será hebreo como sus libros respondió fray Gabriel . Quizá será judío como usted ha dicho, tía María. ¡Dios nos asista! exclamó la anciana ; pero no. Si fuera judío, ¿no le habríamos visto el rabo cuando lo desnudábamos? Tía María repuso el lego , el padre prior decía que eso del rabo de los judíos es una patraña, una tontería, y que los judíos no tienen tal cosa.

¿Y gastas coleta, sinvergüensa?... Te voy a cortá ese rabo de rata, ¡desahogao! ¡maleta!

Y se lo atizó todo, de cabo a rabo, sin omitir letra, articulando correctamente las sílabas en voz baja a estilo de rezo. Ningún tropiezo le detenía en su lectura, pues cuando le salía al encuentro un latín largo y oscuro, le metía el diente sin vacilar.

Á veces deteníase Ratón Pérez en alguna encrucijada, y exploraba el terreno antes de seguir adelante: todo lo cual puso al rey Buby un poco nervioso y de mal humor, porque llegó á sentir desde el hociquito hasta la punta del rabo ciertos ligeros escalofríos que le parecieron señales de miedo. Acordóse, sin embargo, de que El miedo es natural en el prudente, Y el saberlo vencer es ser valiente,

La Nela se deslizó intrépidamente, poniendo su pie sobre las zarzas y robustos hinojos que tapaban el abismo; y sosteniéndose con una mano en las asperezas de la peña, alargó la otra hasta pillar el rabo de Lili, con lo cual le sacó del aprieto en que estaba. Acariciando al animal, subió triunfante a los bordes del embudo.

Tornó allí éste á meter en la nariz del Rey la punta de su rabo; estornudó de nuevo Buby estrepitosamente, y encontróse acostadito en su cama, en los brazos de la Reina, que le despertaba, como todos los días, con un cariñoso beso de madre.

Había leído más de veinte veces Los tres mosqueteros, y el fruto que sacó de esta lectura fue que los aprendices se burlasen de él viéndolo un día en el almacén, envuelto en un guiñapo colorado, con un rabo de escoba en la cadera y contoneándose como si fuese el mismo D'Artagnan con todas sus jactancias de espadachín.

Palabra del Dia

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