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Y así como Adriana misma, mientras hablaban y reían con ligera locuacidad sobre temas con frecuencia pueriles, soñaban interiormente sus cosas ideales; y como ella, también, vivían sin dejar transparentar el mundo de imágenes amorosas y de suaves ideas que las encantaban en la cotidiana meditación. Alguna vez, cuando atardecía, abrían los balcones, que daban sobre la Avenida Quintana.

Pues bien dijo Coletilla: yo estoy seguro, segurísimo de que esos que he nombrado, y además Valdés, Álava, García Herreros, el poeta Quintana, el consejero de Estado Bozmediano y otros, se reúnen, no si de día ó de noche, con todos los ministros y algunos generales. Sin duda tienen algún proyecto entre manos, algún complot, quién sabe si contra el Rey. ¿Y no sabe usted dónde se reúnen?

Esta vez no se echó mano de agrimensores, como se hizo en tiempo de Vertiz, sino que se libró el problema á la consideracion de geógrafos experimentados, como Cerviño, Insiarte y Azara, á los que fueron asociados Quintana y Pinazo, que sin ser facultativos, tenian un conocimiento práctico del terreno.

En la calle Ancha se recitaban, pasando de boca en boca, los malignos versos de Arriaza, y las biliosas diatribas de Capmany contra Quintana.

D. Joaquin Griera, Abogado de la Real Audiencia; el Sr. Dr. D. Manuel Alberti, Cura rector de San Nicolas; el Sr. D. Miguel Gomez, de este vecindario; el Sr. D. José Leon Planchon, Presbitero; el Sr. Dr. D. Juan Leon Ferragut, Capellan del regimiento de dragones; el Sr. Brigadier D. José Ignacio de la Quintana, Coronel de dicho regimiento; el Sr.

Al día siguiente Ferraz, el magistrado alegre, encontró a Nepomuceno en la calle, y le dijo: ¿Van ustedes a tener algún pleito? ¿Cómo pleito? ¿Con quién? Lo digo porque todas las tardes veo a Bonifacio echar grandes párrafos en La Oliva con el Papiniano de la quintana, con Cernuda el joven. ¡Hola! ¿Con que esas tenemos? pensó don Nepo; pero se guardó de decirlo.

Tal debiera ser la vida artísticamente escrita de todo personaje célebre. Tales son las que escribió Plutarco en la edad antigua, y las que entre nosotros ha escrito recientemente Quintana. Esta condición, con todo, era imposible de cumplir, dado el asunto elegido por el joven historiador D. Alfonso Danvila, y dado el personaje o el héroe cuyos actos se propuso historiar y ha historiado.

Pedí el automóvil y partí, rumbo a la Avenida Quintana, donde vive mi amiga en su magnífico palacete. Entré de rondón en la casa. Todo estaba en ella revuelto, con ese desorden precursor de una mudanza. Los armarios de par en par, y por todas partes baúles abiertos, grandes y pequeñas cajas, enseres de todo linaje.

Lo que es que se lo dijeron al Doctrino, y él fué allá y les vió salir. Después no por qué medio se ha enterado de quiénes son todos ellos. Allí van Quintana, Martínez de la Rosa, Calatrava, Álava, y hasta Alcalá Galiano se ha metido entre esa gente. Lázaro quedó mudo de terror.

V, caps. 9.º y 17, testifican que la corte de Felipe II se fijó en Madrid el año de 1560. Deben, pues, rectificarse los errores que acerca de esto se leen en Quintana, Grandezas de Madrid, lib. III, cap. 25, y en Pellicer, Tratado histórico, etc., P. I, pág. 40. Cervantes, Pról. á las com.